Un trocito de....

"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner


lunes, 31 de octubre de 2011

Nanorrelato nº 161. El ochomil

La alegría presentó su cara más bonita conforme se iba agrandando la luz del final del lóbrego túnel. La cobardía, a su vez, en el mismo recorrido, se iba haciendo más y más espesa. Llegó un instante infinitesimal donde ambos factores se equilibraron en masa y energía cuando, personado al final, una gran montaña de blanquísimas nieves apareció. Pero al cabo de un rato, no muy largo, la cobardía se fue deshaciendo cual cúbico azucarillo en un cortaito bien caliente, ya que su medio natural, la oscuridad del túnel, había desaparecido ante la luz reflejada por la nieve de la inmensa mole. Así que acompañado, ahora sí, sólo por la alegría, comenzó su ascenso.

martes, 25 de octubre de 2011

Nanorrelato nº 160. Lo mejor de lo mejor

<<Ésta es la definitiva sin ninguna duda>>, musitó. Se había aprendido de memoria todos los ingredientes y sus exactas cantidades. Fue expresamente a comprar al mejor y más afamado colmado de la ciudad, el más profesional conjunto de perolas y demás utensilios necesarios. Contrató el mejor gas-ciudad imprescindible para que funcionase la mejor cocina a la perfección. Había dormido doce horas antes de realizar “su comida”. Desconectó el teléfono fijo, tiró a la basura el móvil, arrancó de cuajo el timbre de la puerta, todo ello con el objetivo de evitar cualquier influencia del exterior que pudiera distraerle en su cometido. Y…, comenzó a cocinar ajustándose milimétricamente en todas las acciones necesarias. Una vez terminada la probó: nada, no sabía bien. Se sentó en la primera silla que apareció ante él con la desesperación por compañera. Claro —pensó— la sal, no tiene sal. Bueno, tengo que añadir que siempre se le faltaba, mejor dicho, siempre se le olvidaba.
                    Cuadro realizado por el pintor Andrés Calderón Sánchez

jueves, 6 de octubre de 2011

Nanorrelato nº 158. Y...por fin

Y…por fin. Sí, sin más y sin menos. Eclosionó él, lo que llevaba dentro, lo que siempre había sido, lo que encajaba a la perfección con el planeta en el que habitaba. Y una vez estuvo fuera, lo agarró y se lo puso a modo de poncho y empezó a pasearse por el planeta, anteriormente citado, muy chulito. Y empezó. Y…por fin.

Cuadro del pintor Andrés Calderón Sánchez

miércoles, 5 de octubre de 2011

Nanorrelato nº 157. El nadador

Por fin (ya era hora) se quedó en calzoncillos. Sí, ya, debería haberlo hecho antes, pero que le vamos a hacer. Llegó hasta el borde con el océano atlántico, miró todo lo que le quedaba por cruzar y, sin pensarlo ni una vez, se tiró; y comenzó a nadar, al estilo perrito, que era el único que sabía ¡Vaya escena, un tío en calzoncillos nadando como su abuela! ¿Y? Bueno, todavía sigue nadando, surcando el atlántico hasta dar con su destino. Parece que va en buena dirección. Ya veremos.

martes, 4 de octubre de 2011

Nanorrelato nº 156. La brujita

Érase una vez un fantasma que durante muchísimos siglos había estado equivocado. Vamos, era un ente de errónea actitud. Por razones que no ha lugar explicar aquí, se había dedicado a asustar, amedrentar, acojonar, pensando que esa forma de actuar era la correcta. Pero un día llegó al castillo donde desarrollaba sus fechorías, una bruja de aspecto amable pero de gran genio. Inicialmente el fantasma la asustó, la amedrentó muchísimo. Pero la brujita, que era más mala leche que bruja, de un mandoble le quitó la bola. Y el fantasma se dio cuenta de que era ese férreo objeto el culpable de todos sus errores. Y sabéis lo que pasó, pues que se quitó la sábana, la puso como mantel en el suelo y se pegaron una merendola eterna, porque eso sí, las capacidades mágicas de fantasma no las perdió. ¡Y que gordita se puso la bruja!

lunes, 3 de octubre de 2011

Nanorrelato nº 155. El urogallo

El urogallo volvió a inflar su roja papada con el objetivo de intentar un “picopala” con la urogalla. Bueno, no es del todo cierto. La verdad es que estaba solo, frente al espejo, aunque la lejanía de la urogalla era lo más próximo que había sentido en su vida. <<Qué urogallo más raro>> pensó el veterinario <<le quitaré el espejo para que deje de hacer el imbécil>> En ese instante, el urogallo que tenía la capacidad de leer en la mente de las personas, pero no en la mente de las urogallas curiosamente, le metió un picotazo de advertencia. <<Déjame mi espejo>> graznó <<soy un urogallo equivocado, pero valiente. Y me mola ser así>>

Nanorrelato nº 154. Un día de playa

Las escaleras que componían el camino hasta la playa se habían empinado peligrosamente. El mar estaba helado. La espuma hacía un ruido desagradable, como cuando se arruga una bolsa de plástico eterno. La arena, compacta, no se dejaba acariciar por los pies. El sol, oculto tras una nube, perdón, dos nubes, densas, opacas, apenas podía entregar algún esperanzador fotón, aunque también daba la impresión de cierta vagancia en la proyección de luz. Las olas rompían con genio sobre los tobillos, como regañándolos por su osadía. El bañador había absorbido una humedad de consistencia parecida a la mermelada, que a cada segundo hacía una llamada de incomodidad y desasosiego. El camarero del chiringuito, mientras le servía un café amargo y repleto de posos, le dijo << márchese. Ésta ya no es su playa>>

domingo, 2 de octubre de 2011

Nanorrelato nº 153. Que empiece por in.

Tres horizontal:
Incomunicado en su celda, insonorizado interiormente, inhabilitado para perdonarse, incomprendido por él mismo; además de…, insuficiente ante todo y toda.
Tres vertical:
Incomunicado en su celda, insuperable en estupidez, incapaz de capacitarse, impresionante hombre (no, empieza por im), inherente a la culpa.

Incomunicado en su celda. Inhumano
Crucigrama hecho. Ale, hasta el próximo. No se me resiste ninguno.

Nanorrelato nº 152. Informe destruido

      —    ¿Has visto a ese tipo, Dextro?
    Sí, Levo.
    ¡Por las barbas de un tigre neptuniano…!
    Ya. No le mires. Es mejor.
    Voy a pasarle el escáner.
    Bueno…
    ¡Caramba! No tiene ninguna enfermedad incurable, ni ninguna desgracia familiar, ni nada habitual en los humanos con esa expresión ¿De dónde le vendrá esa desesperación? Ummmh…voy a penetrar en su cabeza mediante el lector de encéfalos. Ya es por curiosidad…
    Te dije que no le miraras. Haz lo que quieras. Ya verás…
    Pero ¿cómo es posible? Madre mía lo que acaba de desencriptar el lector.
    Mira que te lo llevo avisando rato y rato. No hay más que verle para darse cuenta de que…me voy al baño. Tengo ganas de vomitar.
    Bien.
……
    Ya estoy aquí. Me he tenido que tomar un primperan venusiano.
    Siguiendo con el tema, Dextro, así no le podemos dejar. Ese tipo, ahora me acuerdo de otro viaje, antes tenía un proyecto y era medianamente feliz.
    Está bien. Pero hazlo rápido y borra el informe, que luego nos dicen en la Comandancia que si “jugamos a ser dioses”
    La verdad, Dextro, es que ya lo desintegré mientras estabas en el baño.
    Lo sabía. Por eso me fui. Venga, borra los datos y justifica el disparo láser con cualquier cosa.
    Ahora mismo.

sábado, 1 de octubre de 2011

Nanorrelato nº 151. Reconocería

Y al abrir la ventana…reconocería esos dedos desde el otro extremo de la galaxia. Reconocería esas piernas desde el más allá. Reconocería esa postura feliz mejor que cualquier otra cosa en la Tierra. Reconocería esa pose de descanso sobre cualquier otra cosa. Reconocería esa culpa, ésa en concreto, de entre todas las existentes en el mismísimo averno. Reconocería la otra silla vacía como la úlcera más dolorosa. Reconocería lo que existía detrás de esa postura como vivido por él, como el recuerdo más agradable. Reconocería el sabor de las rosquillas naranjas. Reconocería al lobo estepario a la primera, de hecho, fue él quien le enseñó la foto. Reconocería su desorientación de entre todas las señales del universo. Reconocería su derrota. Se acabó. ¿Y ahora? 

Nanorrelato nº 150. La lavadora

Una mañana, nada más levantarse, notó que algo raro le hacía compañía. Tardó unos segundos en descubrirlo pero consiguió llegar a la conclusión de que: le era imposible oírse. Todos los sonidos exteriores, el ruido del tráfico, la lavadora del vecino centrifugando obedientemente, el perro del mismo vecino intentando comunicarse con dicha lavadora, penetraban correctamente en su cabeza y a un volumen normal. Pero él no. Se había convertido en una especie de sordo interno con las consecuencias nefastas de dicha “enfermedad”, qué entre otras estaría la de no volver a decidir nada, ya que la comunicación entre él y él mismo estaba rota. Así que no le quedaba otra que esperar las órdenes del exterior. Fue de inmediato a hablar con la lavadora…, y el perro le mordió (claro, no se iba a colar tan descaradamente. El chucho estaba primero)

Nanorrelato nº 149. Echarse a la mar

Surcaba la noche en su pequeña barca. Navegaba por esa delgada franja de océano, ese límite estrecho donde se besan el sueño y la vigilia. Era un valiente marinero, ya que, como toda “persona de mar” sabe, esa zona es la más peligrosa, donde las olas rompen de forma más desgarrada contra la bóveda craneal, donde las corrientes son de tal magnitud que arrastrarían al más saludable de los transatlánticos al fondo de los fondos en un santiamén, donde los sueños y la verdad tienen la misma tonalidad y se confunden, y peor: se amalgaman. Pero repito, aunque pareciera un cobarde, aunque creyese que lo era para ser más exacto, navegaba sin ser consciente de su valentía por el segmento de agua donde muy poca gente es capaz de “echarse”. Y encima, con una pequeña y cansada lancha, la fisquita.