Érase una mujer abandonada
por la poesía. Estaba desesperada ya que, a pesar de intentarlo una y otra vez,
esos versos que hasta hacía poquísimo tiempo aparecían sin esfuerzo, no
conseguía que brotaran en su cabeza y,
en cambio, lo que aterrizaba con suma facilidad eran datos y gráficas. Se
concentraba lo mejor que podía imaginando escenas de amor, de desamor, paisajes
maravillosos…pero nada: logaritmos neperianos sin sentido se generaban en su
bóveda craneal. Cerró los ojos lo más fuerte que pudo intentando a la
desesperada las ansiadas estrofas…pero unos aplausos y unos gritos de
¡Presidenta! ¡Presidenta! la hicieron salir del buscado trance << ¡No me acordaba
de las elecciones de mañana! ¡Ya… no soy la misma! >>
Un trocito de....
"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner
jueves, 28 de julio de 2016
viernes, 22 de julio de 2016
Nanorrelato nº 430 ¡Viva el hormiguero!
Érase una
hormiga que se aburría de su monótono trabajo. Durante mucho tiempo mantuvo esa
sensación en secreto; pero un día, mientras transportaba un trozo de chuche
hacia su hormiguero, se lo contó a la compañera de al lado, la cual se enfadó
muchísimo contestándola que decir eso era
menospreciar a toda la colonia, que
siempre había sido así la vida de las hormigas y que lo que tendría que estar
era orgullosa de ser y hacer lo que miles de generaciones antes habían hecho.
Nuestra protagonista no volvió nunca a decir nada a nadie. Siguió realizando
sus tareas habituales, y ni tan siquiera al terapeuta de la colmena, cuya
función era que todos los componentes de la sociedad estuviesen sanos para que
el objetivo colectivo saliese adelante, que la citó en su consulta porque la
veía rara, le contó la verdad, ya que como dijo aquel día su compañera de
transporte: esa sensación era la traición misma y ella no era una traidora
¡Viva el hormiguero!
miércoles, 6 de julio de 2016
Nanorrelato nº 429. Doblemente eterno
No entendía las
palabras. Le sonaban como si un coro de monjes ofertara su canto Gregoriano
desde algún lugar lejano y el viento lo trajese incompleto, a borbotones. Se
esforzaba por dilucidar algún significado que calmara su ansiedad, pero le era
imposible. Y eso le ponía nervioso y le generaba angustia; aunque siempre que
ocurría, en breve, una mano cálida y suave le agarraba la suya. Eso sí que lo
reconocía. Era la misma, sin duda, que una vez asió inesperadamente hacía
muchos años, cuando se declararon amor eterno, que siendo tan jóvenes es doblemente
eterno. Los mismos dedos, los mismos dibujos imaginarios en la palma. Los
distinguiría sobre cualquier cosa en la Tierra. Volvían las palabras, esta vez
mezcladas de pitidos, como alarmas que avisaban de algo.
<< Voy a
cambiarle el suero. Quédese el tiempo que quiera. Enseguida les dejo solos .>>
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