Un trocito de....

"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner


domingo, 30 de enero de 2011

Nanorrelato nº 28. Aquel instante


Sin salida. Esa fue la frase que se hizo sólida un día para no desaparecer jamás. Desde ese instante, el último que recordaba como válido ya que todos los que le habían sucedido eran, aunque mejores según él, productos de la medicación y la ayuda y, por tanto, no tenían el mismo peso molecular. Desde aquel instante, como un rótulo de neón apagado, sombrío, agazapado y certeramente válido, sin salida era el único valor posible para la equis que una y otra vez eclosionaba dentro de su maltrecha cabeza. Era completamente consciente de lo que le ocurría, lo que le permitía flotar por cierto, que era lo que había que hacer sin duda. Pero el peso del luminoso apagado le tiraba hacia el fondo. La flotabilidad era una acción muy onerosa que además le absorbía todo el tiempo, todo el tiempo desde…aquel instante. <<Y no sé que hacer más para ayudarle, ya que además de narrador soy su médico>>

sábado, 29 de enero de 2011

Nanorrelato nº 27. La gama de colores

Se despertó tranquilo. La verdad es que le hacía gracia pensar que estaba sosegado, ya que siempre lo había estado. Se dio la vuelta con el propósito de volver a conciliar el sueño. No tenía prisa, ni para levantarse, ni para dormirse. Le asaltó suavemente la respuesta que un día le ofertó su mujer:<<La gama de colores lo dirá>> ante la pregunta << ¿Crees que soy el hombre de tu vida?>> Estuvo años y años interrogándola por el significado de aquello, a lo que ella jamás le respondió << ¡Que cabezona!>> Un día, también al despertarse, vio sus plateados cabellos y recordó cómo habían ido virando desde el negro más azabache y… la respuesta vino flotando. Volvió a dormirse con el silencioso arrullo del argénteo reflejo.

jueves, 27 de enero de 2011

Nanorrelato nº 26. El cartón

De nuevo las preguntas resonaron en su cabeza ordenadamente, a modo de matriuska: ¿Quién? ¿Quién era el responsable? ¿Quién era el responsable de todo? Arrancó con sus maltrechos y ennegrecidos dientes la esquina del brick y dio un largo y profundo trago que le hizo erizar el vello. Mientras las cuestiones seguían rebotando en su cráneo, construyó un nicho con el cartón, el cual no sólo mantuvo sino que amplificó el olor a orín. Se introdujo rápidamente. La habilidad adquirida con el tiempo le fue de gran ayuda. Oyó temblar la tierra de forma muy parecida a como lo haría el metro al pasar por debajo. Las cuestiones siguieron afianzadas en su protagonismo, para lo que cerró fuertemente los ojos, con la persistente creencia de que al abrirlos de golpe, daría con la respuesta al enigma, a todas las incógnitas. Juntó tan fuerte los párpados que oyó su apretura. Y los abrió, y a pesar de la penumbra reinante en el volumen creado instantes antes vio en su celulósico techo las letras PERSONAL COMPUTER  <<así que… he sido yo>>

Nanorrelato nº 25.El ombligo gravitatorio


Érase una vez un hombre que sólo vivía para su ombligo. Todo lo que ocurría a su alrededor siempre acababa siendo devorado por él. De hecho, no se perdía ni un solo programa científico sobre galaxias lejanas, quedándose embobado ante las explicaciones sobre las consecuencias de la gravedad de los agujeros negros en los cuerpos estelares. Siempre había una razón umbilical para no escuchar a nadie. Siempre interrumpía lo que los demás intentaban volcarle, para superponer lo suyo como verdad absoluta. Y…apareció la soledad y la oscuridad que lleva adherida y, un buen día, los escalofríos le hicieron recapacitar. Se dio cuenta de su gran error y fue a buscar a la gente, y la gente ya no estaba. Y se dio cuenta de que estaba solo, para siempre. Y cuando ese pensamiento fue materializado en su mente, su ombligo le dijo: ¿Ves como yo llevaba razón?

domingo, 23 de enero de 2011

Nanorrelato nº 24. La musa

Volvió a mezclar los pigmentos pacientemente ya que sabía a la perfección que no podía hacerse de otra forma, aunque su cabeza le pidiera inmediatez. Cogió el pincel, que seguía pesando una tonelada. Plasmó un trazo que, desde el principio, desde su primer milímetro, no le convencía. Soltó la viga con forma de pincel e intentó desesperarse un poco menos que la vez anterior. Reflexionó, le atravesó la idea de que nunca más volvería a pintar un cuadro y le aterrorizó. Se preparó una comida liviana y se enfrentó al televisor. Pulsó el botón de encendido y la máquina le ofreció un programa. De repente, se fue flotando hacia su caballete y pintó, pintó sin descanso el cuadro más maravilloso de su vida, donde las almas desesperadas que vio vender, tuvieron un descanso digno y eterno.

viernes, 21 de enero de 2011

Nanorrelato nº 22. El examen


Volvió a mirar a su hijo tratando de encontrar alguna puerta abierta de su adolescente rabieta por la que entrar. Él siguió en sus trece, de cara a la pared, intentando conseguir la desconexión total con el mundo que le rodeaba. Hizo un ademán fruto del cansancio y, como si fuera una gatera, se coló hasta dentro.
    Bueno ¿vas a seguir así mucho tiempo?
    El que sea necesario mamá.
    ¿Necesario? ¿Para qué?
    Para que el gris que dices se convierta en blanco.
    Pues entonces, échale más blanco.
    Pero…así, siempre será gris.
    Ay cielo, que pronto te has hecho mayor.
    ¿Pronto?
    Sí, en estos últimos cinco minutos ¡Aprobado!

jueves, 20 de enero de 2011

Nanorrelato nº 21. El último carro


Llevó con exactitud la cuenta en la cabeza. Fue metiendo en el carro lentamente todos lo artículos: galletas integrales, leche desnatada con calcio y omega3, chopped de pavo bajo en grasa…Cuando las dos cantidades coincidieron se dirigió hacia las cajas. Lo hizo lentamente, recordando con la mayor de las nostalgias las veces anteriores. Se puso en la fila más larga, dilatando de forma patológica la entrega de su última cantidad. Pero el tiempo pasó y le llegó el turno. Fue dejando todo en la cinta de forma armoniosa, pausada, desesperante para las personas que observaban, como un chabacano acto final del lago de los cisnes. Vio por primera vez el fondo de su cartera. Sintió su oscuridad y en  ese mismísimo instante fue consciente de que en realidad era un pozo, un nicho y no una billetera.

— ¿Hola cariño ya estás aquí? ¡Qué prontito has hecho la compra! Bueno ¿qué es eso tan importante que tenías que decirme?  Espera, me lo dices más tarde, que me tengo que ir a la pelu.

Nanorrelato nº 20. Bajo su luz


El cansancio la hizo tumbarse. Quedó como muerta. Se hizo muy chiquitina mientras llegaba al suelo. Allí se detuvo...y volvió de nuevo a levantarse y a hacerse grande, muy grande. Y comenzó a brillar, exactamente con la misma intensidad que tenía justo antes de caer. Y volvió a ser una estrella y las personas con cara y aspecto de barco, que ya daban todo por perdido y se habían abandonado a la desesperación, la vieron. Y empezaron a navegar bajo su luz. Y se rió. Y  la luz miró hacia atrás, para disfrutar de su sonrisa.

martes, 18 de enero de 2011

Nanorrelato nº 19. El alud

Entró por primera vez en su consulta. Sintió en ese mismo instante cómo se daba la vuelta su reloj de arena. Notó el comienzo. Empezaba una de las cosas más importantes que podía y debía hacer. Estaba preparado. Su torrente sanguíneo contenía un sinfín de nombres, cifras, signos, fórmulas magistrales y compasión y dedicación y honradez y…un juramento. Pasaron los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas y…los años. Pasaron muchos, muchos años y, un día, sin saber por qué, se desprendieron de golpe, como un alud, todos los azulejos de su consulta. Y le sepultaron. Y en el reloj, la arena dejó de caer. Y ya no fue médico nunca más.Y nunca, nunca, supo la razón.

Nanorrelato nº 18. Volvió


Volvió a abrir las mismas cajitas. Volvió a sacar las mismas pastillitas de colores y, las volvió a dejar en el mismo recipiente para, de nuevo,  formar la misma reunión farmacológica. Pero esta vez jugó con ellas, las hizo correr con el dedo una detrás de otra, simulando un tiovivo cada vez más veloz. Cayeron al suelo y, sin perder de vista ni un solo centímetro de sus trayectorias, rebotaron formando una pequeña galaxia multicolor que la hizo sonreír por un instante. Hasta que la realidad las paró en seco, que es como detiene la realidad. Ella  las hubiera tenido flotando un ratito, disfrutando de sus ovalados volúmenes. Pero la realidad es sordomuda, y no escucha ni contesta a ninguna petición. Y… volvió el dolor, el rechazo, la marginación y la soledad. Volvió a hacerse la misma pregunta, exactamente la misma que se hacía desde que día tras día abría las cajitas: ¿Cómo es posible que de un acto de amor haya surgido todo esto? Volvió.

lunes, 17 de enero de 2011

Nanorrelato nº 17. La consulta


    Tienes que ir al médico cielo. Así no puedes continuar.
    Tonterías. Muchas personas tienen problemas y no van al psiquiatra.
    Yo he dicho al médico, no al psiquiatra.
    Pero bueno, no te entiendo. ¿A que médico te refieres entonces?
    Al médico.
    ¿No al psiquiatra?
    Sí, al psiquiatra.
    Pero bueno ¿me quieres volver loco?
    No. Sólo quiero que te cures. La palabra psiquiatra te da miedo, por eso he dicho al médico.
    ¿Y por qué crees tú que me da miedo?
    Eso, que te lo diga el médico. En cuanto lo sepas…
    ¿Qué?
    Estarás bien ya.
    ¿Por?
    Le habrás dejado encima de la mesa el miedo.
    ¿Así de fácil?
    Sí. Así de difícil.

Nanorrelato nº 16. Ella

¿Así que estás ahí? ¿Qué pretendes? ¿Asustarme? No lo vas a conseguir. No, no insistas. Esta vez te pillé, sabía que ibas a aparecer de repente. Sí, no me preguntes por qué pero lo intuí. Creo que ya te voy conociendo. Créeme que no lo pretendía, ya que no me interesas en absoluto, pero a fuerza de darme sustos he ido aprendiendo, pero de forma mecánica, no te creas. Te venceré. De eso estoy seguro. Ya no me acojonas.
    ¿Con quien hablas en el baño cielo? ¿Te has llevado el móvil? 
    Con mi calvicie.
    ¿Estás tonto?

domingo, 16 de enero de 2011

Nanorrelato nº 15. El precio de la inmortalidad


Su pregunta favorita, su duda preferida había sido siempre, de siempre mejor dicho: cómo sería ser inmortal. Y con ello, que haría al serlo, que diría, que sentiría, a quien hablaría, de quien se fiaría y…cuanto costaría. La duda existencial formaba parte del barro como sustituta de la autoestima, de la cual carecía por completo. Él no lo sabía, él no conocía la causa, él no tenía ni idea del motivo por el que todas las mañanas, nada más levantarse, su primer pensamiento gravitaba en relación a la inmortalidad. No tenía ni la más remota idea de que esa pequeñez asumida desde siempre era la verdadera causante, el útero donde se gestó la duda. Pero tanto lo deseó, que un día en el metro, algo le quemó la espalda. Giró la cabeza y allí estaba ella, mirándole. Ella, al instante siguiente, se levantó y se bajó en su parada. Desapareció, se difuminó en la profundidad del andén, continuó con su vida. Él, en los segundos siguientes, sintió la velocidad irracional de la inmortalidad. Tanto tiempo esperando y…por fin era inmortal. Ella se lo había otorgado. No fue capaz de levantarse de su asiento. Ya no tenía sentido bajarse en su parada ya que todo desaparecería algún día y él seguiría exactamente igual. Y… supo el precio: nunca volvería a verla. Nunca sería feliz. Para toda la eternidad. Nunca.

sábado, 15 de enero de 2011

Nanorrelato nº 14. Vientos de sintasol

    ¿Te has enterado?
    ¿De qué?
    ¡Hija es que estás más despistada! Pero si no se habla de otra cosa.
    Ya, es que llevo una actividad frenética. Dime
    Pues eso, que parece ser que nos van a sustituir.
    ¿A nosotras? ¿Por?
    Por qué, no lo sé realmente. Pero sí por quien: por un sintasol.
    ¿Sintasol? Pero…eso no puede ser. Si el sintasol es una imitación barata de baldosa. Anda, anda, que vaya tonterías se comentan.
    Te lo juro. Es totalmente cierto.
    Pero… ¡si nosotras hemos cumplido siempre con primor nuestras obligaciones!
    Eso no tiene nada que ver, por lo visto. Vamos, es lo que dice la que está más cerca del escritorio del jefe que oye todo a la perfección. Creo que lo que más preocupa ahora es la posibilidad de cambiar más fácilmente.
    ¿De cambiar? ¿Por un sintasol?
    Claro, nosotras somos fijas. Para quitarnos tienen que hacer mucha obra, contratar a mucha gente, pedir licencias costosas y cosas así. En cambio con el sintasol  el compromiso es menor. Lo quitan y lo ponen cuando quieren.
    Pero, no entiendo nada ¿Y todo este tiempo cumpliendo con nuestra obligación? ¿Te acuerdas de aquel año del problemón, de todos esos cigarrillos apagados con el pie y nosotras sin rechistar, brillando a pesar de la adversidad? ¿Te acuerdas de los saltos tan tremendos en aquella fiesta y nosotras tan resistentes? Ah ¿y recuerdas aquella vez que aquel jefazo se tumbó con su amante…y nunca dijimos nada de nada? Fuimos discretas para evitar cualquier problema a la empresa. ¿Y todo eso? ¿Ya  no les importa?
    Pues por lo visto no. Creo que lo más relevante es “disminuir el compromiso”
    Estoy perdida. Vamos a ver: ¿van a hacer una obra costosísima para sustituirnos por un plástico?
    No, no has entendido nada. No nos van a quitar. Nos lo van a pegar encima. Así, de esa forma, se ahorran todo lo demás. En teoría, legalmente hablando, no nos quitan y por tanto…bueno no sé exactamente lo que quieren decir, pero es algo así como un vacío legal.
    Pero si nos ponen encima un plástico nosotras ya no existimos. Ahora lo entiendo menos.
    Yo tampoco comprendo nada amiga mía.
    Dios mío ¿qué es ese olor tan horroroso?
    El pegamento. Y luego vendrá la oscuridad.

viernes, 14 de enero de 2011

Nanorrelato nº 13. La carta


    Aquí está. Por fin llegó ¡Después de tanto tiempo!
    ¿Seguro que quieres abrirla?
    Hombre, llevo tanto esperando…
    No te he preguntado eso. No me he interesado por la espera. Te repito: ¿Estás seguro de que quieres abrirla?
    Creo que sí.
    ¿Crees?
    Sí. Quiero abrirla.
    ¿Independientemente de lo que ponga dentro?
    ¿Pues que va a decir?
    Eso mismo te pregunto yo.
    No te entiendo.
    Sí, es muy fácil, verás: ¿Y si no pone lo que crees que pone?
    Anda ya.
    Te repito de otra forma: ¿Y si no te gusta lo que hay dentro? ¿Qué pasaría?
    Pues…
    No la abras. Mejor dicho, ábrela cuando lo que haya dentro no te importe, vamos, no te importe demasiado.
    Entonces, llegado ese instante, ¿para que voy a enterarme de nada?
    Pues eso mismo digo yo. No la abras.
    Bien, de acuerdo, te haré caso, pero… ¿cual es la moraleja?
    Las cosas importantes las decides tú. Vamonos al cine.

jueves, 6 de enero de 2011

Nanorrelato nº 12.Ya sé quien soy


Ya tengo conciencia de mí mismo. Sí, como ese superordenador de terminator, Skynet creo que se llama. Pues yo también, aunque a diferencia de él, que se lía a tirar misiles y a exterminar a la humanidad, sólo puedo seguir realizando lo que hacía antes de saber quien era yo: subir y bajar, ya que yo soy un ascensor ¿Y de qué me ha servido tener conciencia de quien soy realmente? Pues para cabrearme y perder mí autoestima recientemente ganada en los quince segundos siguientes al milagroso instante. ¿Qué por qué? Pues muy fácil, porque lo que verdaderamente quiero hacer es ir de izquierda a derecha, y no de arriba a abajo. Pero lo tengo jodido. Así que digo yo ¿no estaba mejor antes cuando realizaba mis monótonos viajes en contra y a favor de la gravedad, sin realmente saber quien y porqué lo hacía? ¿No estaba más tranquilo sin saber la fecha de la próxima inspección de industria donde es muy probable me sustituyan por otro, digamos, más seguro? ¿No estaba de maravilla, como la mayoría de los vecinos de este inmueble que van y vienen de sus centros comerciales sin tener conciencia de sí mismos?

domingo, 2 de enero de 2011

Nanorrelato nº 11. La advertencia en forma de fruta.

    No leas jamás este relato — le dijo imperativamente su Ángel de la Guarda.
    ¿Por?
    ¿Cómo que por?
    Sí, que ¿por qué?
    Pues ¿por qué va a ser? Por el final.
    ¿Tan malo es?
    Hombre, si tu Ángel de la Guarda te dice que no lo leas…
    Ya.
    De todas maneras es acojonante.
    ¿El qué?
    Que tengas dudas me parece sano, pero que las sigas manteniendo viéndome a mí, pues hombre, me parece un poco exagerado.
    Es que…siempre he sido así.
    Ya, ya. Por eso me he aparecido y te estoy hablando aquí, cara a cara. No te creas que lo hago habitualmente.
    ¿No?
    No. Sólo con los digamos… extremadamente convencidos de sus dudas.
    Pues el nombre no parece muy dañino:”Un día perfecto para el pez plátano” de J.D. Salinger.
    Que no te fíes. ¿Me vas a hacer caso? ¿Te voy a tener que volver a enseñar las alas?
    No, no. Vale. Te creo.
    Pues nada, lo dicho.
    Hasta…cuando quieras, supongo.
    ¿Yo? espero, que no sea un hasta luego. Adiós.
……………………………..
    ¡Estas nubes blanquísimas! ¡Música clásica de la que no aburre! Después de un túnel…que raro es todo esto. Pero… ¡de qué me estoy extrañando!
    Te lo dije. No lo leas.

A J.D. Salinger (1 de enero de 1919-27 de enero de 2010)

sábado, 1 de enero de 2011

Nanorrelato nº 10. El espejo


<< Creo que estoy guapo. No. Este mechón está demasiado largo. Bueno…tampoco es para tanto. Jopé, es que soy un caso. Con lo que me cuesta salir, y cuando lo hago vengo como si cualquier cosa>>
    Te estoy llamando desde hace un ratito y tú aquí, mirándote en el espejo y hablando solo. ¿Te encuentras bien?
    Sí. Estaba esperando a que la camilla estuviese libre.
    Pues si ya está. Es que el paciente anterior se ha marchado antes.
    ¿Le dolía mucho?
    Sí, es que lleva más tiempo que tú. Pero…eso ya te lo habrá explicado la doctora, ¿no?
    Sí. Me explica todo, igual que tú. Sois un encanto las dos.
    Pues hale, venga. A ver, la silla está parada, ¿no?
    Sí.
    Pues eso. Un, dos...y ya está, a la camilla.
<<Jopé, no se me va de la cabeza. Como puedo ser tan dejado. Con lo que me cuesta salir…>>
— ¿Qué mascullas? Cuéntamelo anda.