No se hablaba con nadie
desde una fecha en concreto, estática. Toda persona que hubiese conocido antes
de ese punto temporal, era ignorada inmediatamente. Por ello, a ojos de toda
esa cohorte, era un sociópata, o desagradable, o raro, o que la vejez le había
hecho un huraño. Él sabía que no, pero no podía explicarlo. No. Sólo él conocía
su razón que no era otra que haber tocado la locura, haber entrado, como si de
un chapuzón se tratara, en ese estado, pero había tenido muchísima suerte y
cual plana piedra tirada con fuerza hacia la superficie de un lago, había
entrado y salido hacia la superficie, a la “normalidad”. Por eso no les hablaba
a ninguno, ya que todos los anteriores pertenecían al segmento temporal de la
inmersión, como si todos ellos por acción o inacción hubiesen sido responsables
de la barbaridad que había habitado en su cerebro hasta que saltó. Sabía que
eso no podía contarlo... ¡Para qué! Ahora, en soledad, se había introducido más
en el interior, en pleno secano, buscando la protección del desierto, la mayor
distancia hacia el agua.
Un trocito de....
"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner
miércoles, 30 de octubre de 2019
martes, 29 de octubre de 2019
Nanorrelato Nº 549. Refulgir
Ya hacía casi cuarenta
años que había llegado al planeta. Si ser inmigrante en la Tierra es
complicado, fuera de ella era aún más oneroso. Los habitantes de los distintos
planetas que albergaban vida veían muy mal que alguien dejase su mundo de
origen para irse a otro, como una forma de egoísmo o chulería interespacial
absolutamente censurada. En esto todos coincidían, independientemente que
respiraran hidrógeno u oxígeno, midiesen tres metros de altura o apenas un
centímetro. Cuando él salió en su cohete, que lo construyó imaginándose la nave
protagonista de la novela “Crónicas Marcianas” para entrar con buen pie, ya que
él pensaba que ese libro le tendría que gustar a todo habitante del Universo,
tenía mucha confianza. Sabía o intuía que no iba a ser un camino de rosas, pero
la ilusión de empezar una vida que fuese mejorando, con esfuerzo eso sí, le
empujó a cruzar el espacio sideral. Ahora, en plena madurez sigue trabajando en
el mismo puesto “de mierda”, y entrecomillo mierda porque en ese planeta el metano
es muy valorado para que quede claro que es en idioma de la Tierra, y jamás le
han dado una oportunidad de mejorar, negando siempre la mayor. Nada era
suficiente para los habitantes de ese planeta: que hubiese estudiado como el
que más, esforzado como ninguno, y ser el habitante más honrado que jamás
hubiesen visto. Nada. Seguía con la misma librea metálica que le entregaron
hace ya casi cuatro décadas. Pero nuestro protagonista no se rinde, y todos los
días saca brillo al metal que le cubre y en cada movimiento el refulgir es
visto desde grandes distancias. Eso es quizá lo que no soportan, que brilló
desde el primer día. Al final…, los planetas no son muy distintos, creo yo.
domingo, 13 de octubre de 2019
Nanorrelato Nº 548. La almendra garrapiñada
No voy a intentar buscar
una explicación a cómo he acabado transmutado en una rata; voy a ser como Tim
Robbins en la película “Cadena Perpetua”,
ya no soy aquel banquero, soy este preso y como tal voy a vivir. Por ende,
voy a ir afirmando mi nueva situación y, de momento, sólo estoy seguro de dos
cosas: que tengo los ojos de color rojo como cualquier rata de laboratorio, y
que el investigador que me tiene a su cargo sabe perfectamente que no soy una
rata, porque sólo a mí me ofrece almendras garrapiñadas y me mira con ojos de
pena, como disculpándose por “no poder hacer nada”. Que se meta por el culo su
falsa piedad que no es más que la otra cara de su cobardía, y que me deje en
paz, le digo en idioma ratuno cada vez que se acerca a la jaula mientras desprecio
su regalo yéndome al comedero a por la bazofia que ponen todos los días. Es muy
probable que las demás ratas también hayan sido humanas como yo, pero se han
dejado llevar por algún deleznable sentimiento y van como locas a por la
almendra garrapiñada que yo siempre abandono. Y este es, en el fondo, lo peor
de mi cadena perpetua: estar rodeado de cobardes y lameculos agradecidos en
esta dimensión en la que habito recientemente.
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