Un trocito de....

"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner


jueves, 24 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 44. Su castillo

Y entró en su casa. Y supo que era la suya no por su aspecto externo conocido, ni por el color de la puerta, ni tan siquiera por los objetos personales que la rellenaban. No. Fue la sonrisa alojada en su estómago la que le dijo que ya había llegado.
Dibujo realizado por el pintor Jesús Oliván

martes, 22 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 43. Todas las noches


Todas las noches aguardaba paciente su salida. A veces no ocurría, pero esperaba independientemente del resultado. Sentada en su nenúfar, miraba hacia arriba y, cuando aparecía, cerraba los ojos para sentir su luz. Le daba igual que fuera creciente, menguante o llena o nueva. No le importaba su forma. Croaba pausadamente, dándole las gracias por su blanquecino regalo. Jamás supo que la luz se la regalaba otro, y ella nunca se lo dijo y por ello él lloraba todas las noches.
                             Obra del pintor Andrés Calderón Sánchez

sábado, 19 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 42. La joven

Nunca había concebido con absoluta certeza cómo sería la soledad, aunque se lo preguntaba muy a menudo. Siempre pensó que esa carencia, que esa búsqueda infructuosa era debida a que nunca estuvo sola, lógicamente. Ahora sí lo estaba, bueno, técnicamente estaba sola, pero no más que la joven treinta años menor que ella con la que su marido de siempre se había casado. Sí, por fin. La soledad era él.
                                Obra del pintor Andrés Calderón Sánchez

Nanorrelato nº 41. El casillero

Y llegó el día, sí, ese que parecía que nunca iba a venir, que jamás acudiría. A pesar del calvario pasado durante  el  breve tiempo precedente a su jubilación anticipada, corto pero eterno, no había salido “mal parado”. Pero ese final correcto y justo, no era suficiente para calmar la tristeza que sentía, la injusta y a destiempo desesperación que le envolvía. En toda su vida al frente de la recepción de su magnífico hotel, siempre había estado al servicio de su verdadero jefe: El casillero. Sí, ese maravilloso enjambre situado a su espalda ¡Cómo era eso posible! ¡Cómo no iba a volver a sentir aquellos huecos rellenos hasta los topes de…vida! ¡Cómo haría para desentenderse de tantas noches de amor, de amistad, de triunfo, de desesperación…! << ¿Pero es que nunca se han fijado en mí?>>  Sí, él jamás había desfallecido en su misión. Nunca había consentido que nada se supiera, jamás había permitido que nada saliera, se derramara, de aquellas cavidades maravillosas. Nunca más volvería a ver su imponente fachada. Claro, ya era un jubilado.

jueves, 17 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 40. Dripping


El sol seguía sin salir. La luna continuaba agazapada ¿Y las estrellas? Las estrellas ni existían. La espera se solidificaba y el final seguía sin aparecer. Levantarse de la cama, un acto tan simple, se había convertido en la escalada al Annapurna. Todos los días tenía que coronar su cima para comenzar a hacer lo que más odiaba y lo que más amaba: Entrar en su subconsciente y pintar. Lo intentó todo para que el lienzo no le atrapase,  hasta incluso taparse los ojos. Pintó borracho, pintó agotado y hasta pintó de rodillas pidiéndole clemencia. Pero siempre, en algún descuido, el cuadro conseguía guiñarle un ojo. Y…las estrellas brillaban por su ausencia. Y… las gotas seguían cayendo maravillosamente.

martes, 15 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 39. La mosca

En el instante siguiente al manotazo surgió en él una idea, bueno más que una idea era una reflexión, mejor dicho, una pregunta insignificante sobre algo insignificante: ¿Por qué lo he hecho? Sí, esa fue la cuestión generada justo después de matar la mosca. Al principio no le hizo el menor caso a dicho pensamiento, pero conforme fue pasando el tiempo, el hecho fue tomando cuerpo y cuerpo y más cuerpo, hasta convertirse en una obsesión. Después de muchos años, la interrogación seguía activa incluso en el mismísimo instante en el que el juez le comunicaba el veredicto por los crímenes cometidos.

sábado, 12 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 38. La promesa


Te prometí… te lo prometí. Y no he cumplido mi palabra. Lo hice de la forma más sincera y cristalina, créeme. Ya, ya sé que piensas que no tiene trascendencia, que además yo no tengo ni una brizna de culpa y que sólo nuestro amor es importante. Pero te lo prometí…y no he cumplido mi promesa, el compromiso más maravilloso que nunca en mi vida hice con nadie. Y esa verdad me está abrasando las entrañas. Y tú, encima, quieres apagar mi dolor, a pesar de haber faltado a mi juramento.
                              Obra del pintor Andrés Calderón Sánchez

jueves, 10 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 37. Ese lado


Y el benjamín se marchó de su lado. Se quedó parado, de pie, inmóvil, sintiendo el último remolino de aire. No sabía exactamente que hacer, si llorar por la partida, reír por la felicidad de él, sentarse a recordar, seguir de pie para alargar al máximo el instante final. Miró fijamente durante unos segundos a ese lado de la puerta. Cenó, rezó  y se acostó.
                             Obra del pintor Andrés Calderón Sánchez

martes, 8 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 36. La romana


La verdad, la nauseabunda verdad, inundaba toda su cabeza sin darle el menor respiro. La madre de todas las batallas seguía su curso, dejando sus circunvoluciones sembradas de cadáveres. La liza entre lo que sabía, lo que debía  y…lo que haría, llegó a su momento álgido. Miró su toga, a su defendido, se levantó y habló. Y fue un buen profesional.

Nanorrelato nº 35. El gris

Y un día dejó de escribir. Lo que más le agradaba en el mundo…y se marchitó. Al principio no le dio mucha importancia <<algo pasajero>> Pero conforme pasaban los días, que a su vez fueron convirtiéndose en semanas, la desesperación empezó a arraigar en su mente. Viajó, observó, escuchó, sintió, bebió y nada. De ningún acto brotó el más simple sintagma. Y hasta coqueteó con la muerte, pero ni de su afilada guadaña salió una mínima nota de despedida. Y tuvo que aprender a vivir sin escribir, a ver sin colores.

lunes, 7 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 34. Las estrellas

No pudo más. Sencillamente fue incapaz de no entrar. Deseó con todas sus fuerzas no poseer ningún rasgo humano. Se desesperó, tembló y  volvió a desesperarse. Entró con su cuerpo. Su mente ya le había tomado la delantera y estaba apoyada en la barra. Miró las botellas como si de un gran planetario se tratara. Todas las “estrellas” le parecían maravillosas y…estaban tan cerca. Se fundió con el deseo de su parte inmaterial.

    ¿Qué quería señor?
    Eh…un vaso de agua, si es tan amable.
    Aquí tiene.
    Gracias ¿Qué le debo?
    Nada por Dios, es sólo un vaso de agua.
    No. Es mucho más caballero.
    Bueno, lo que usted diga, pero no le pienso cobrar nada.
    Muchas gracias. Buenos días.

Salió antes que su mente.
                               Obra del pintor Andrés Calderón Sánchez

domingo, 6 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 33. El profesor

Miró a su padre. A pesar de la gravedad, le encontró sereno y tranquilo. Le cogió una mano. También la encontró serena y tranquila. Volvió a mirarle y  vio la vejez en sus cansados párpados.
— Yo no te enseñé eso ¿Dónde lo aprendiste?
— No te entiendo padre ¿A qué te refieres?
— No me preguntes lo que sabes perfectamente, no te hagas ahora “la pequeña” ¿Por qué piensas eso de la vejez?
    Eh…no hay quien te engañe.
    Sí, sí que hay quién, pero eso no importa. Lo relevante es que tienes que borrar de tu cabeza, y por tanto de tu vida, ese pensamiento. Para ello, hija mía, no te queda más remedio que apartar  a la persona que te lo transmitió. Ahora, déjame descansar y espero que sepas perdonarme. La clase ha terminado.

sábado, 5 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 32. Fila 7 centradita


Se atrevió. Por fin lo descolgó de la estantería con el claro objetivo de leerlo. Ya lo había hecho otras veces, muchas otras, pero ésta era la buena. Sabía que era la definitiva, porque era la ocasión en la que más le había palpitado el corazón. Y…el corazón nunca miente. <<Tantos años...>> dijo en voz baja. Pensó que tanta valentía no era sino un signo de  que el final estaba próximo, como si una fuerza invisible le animara a hacer lo que en poco tiempo le sería imposible. Lo abrió, y en lo primero que se fijó fue en las azuladas venas de su anciana mano al pasar la tapa. Tuvo consciencia de quien era y de donde estaba. <<Buena señal>> Su mujer y sus amigos, ya desaparecidos, le habían contado todo, bueno, todo lo que ellos supuestamente vivieron con él antes del accidente y… la pérdida total de la memoria. Lo había dado todo por válido, que no por bueno. Por eso  ahora,  en este mismísimo instante, se lo iba a contar él. Mentalmente se dividió, se cayó a plomo en la fila 7  y se subió al escenario de un salto, y empezó a escuchar con atención y a recitar con voz fuerte y convencida: <<Diario de…>>

Nanorrelato nº 31. Los peldaños

Bajó las escaleras rápidamente, aunque eso sí, parándose en todos lo rellanos y mirando ansiosamente cada una de las puertas, las cuales le regalaban su mejor perfil. Una vez abajo contempló el portal, el cual sólo le ofertó silencio dada la extrema educación y discreción que lo caracterizaban. Y con la misma tenacidad demostrada en la bajada, repitió lo mismo pero en sentido contrario. Y pasó el tiempo. Y envejeció. Y bajó por última vez. Y fue consciente. Y una vez abajo, el portal afirmó:
    Bueno, ha tenido usted una vida muy feliz.
    ¿Yo? Pero si me la he pasado parándome en todos los rellanos deseando que alguna vez se abriese alguna puerta para entrar.
    ¿Cómo? Pero… ¿no se ha fijado usted nunca en las escaleras?

jueves, 3 de febrero de 2011

Nanorrelato nº 30. El reflejo

Por fin te encontré. Y ahora que lo he hecho…no me acuerdo de lo que tenía que decirte, pero debería  de ser importantísimo pues llevo toda la vida buscándote. Así que, aunque sea sólo por eso, por la magnitud de la espera, deberías escucharme ¡Te encontré! ¡Madre mía! Cómo es posible que te hayas escabullido tanto tiempo y ahora, aquí, los dos parados uno enfrente del otro. No, no desesperes que ya me acordaré de lo que tenía que…arrojarte. ¿Cómo qué te deje en paz? ¿Cómo qué te deje marchar, con lo que he tardado en dar contigo? ¿Cómo qué a quién tenía que haber buscado es a otro? ¿Cómo qué yo? ¡Ahora me acuerdo sinvergüenza! No… es mentira, pero no te vayas.

                        Obra del pintor Andrés Calderón Sánchez