Un trocito de....

"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner


martes, 31 de julio de 2012

Nanorrelato nº 215. El paseo


Érase una vez un paseo, de los que habitualmente realizan los seres humanos, a veces porque sí, y otras buscando una respuesta. Éste era del tipo de los segundos. Érase una vez un teatro, donde casualmente terminaba nuestro paseo. Y allí, dentro, se encontraba ‘el lago de los cisnes’; bueno, también estaba el príncipe, los cisnes, el malvado mago, la joven reina... Pero el paseo, nuestro protagonista  de este pequeño relato, terminaba en el lago, en el mismo sitio donde el príncipe y el cisne deciden perecer. (Esto suele ocurrir cuando se buscan respuestas. Es mucho mejor andar por andar). Fin.

 A Rudolph Nureyev

sábado, 28 de julio de 2012

Nanorrelato nº 214. Normalidad


<< Pero bueno, que sorpresa… ¿cómo estáis?>>
<< Pues bien ¿Y vosotros?>>
<< Muy bien ¿Y los nenes? ¿Con los abuelos?>>
<<No. Han ido a una manifestación. El mes que viene les cierran la guardería>>
<<Ah. Ya>>
<<Y hemos dicho: les esperamos aquí, en el centro comercial, tranquilitos>> 

jueves, 26 de julio de 2012

Nanorrelato nº 213. ¿Nosotros...?: ¡Jamás!


Érase una vez una mujer que, durante la mayor parte de su vida, fue dada por loca. Sí, así de rotundo: loca. Ella, que lo oía constantemente, luchaba por defender su cordura pero, a pesar de su insistencia, le llegaba el veredicto por muchos caminos: en alto, en susurro, escrito…, y a veces, con un dedo girando en torno a una sien. Pero el mundo empezó a cambiar, y todo aquello por lo que había sido marcada tan categóricamente, comenzó a materializarse.
<< ¡Quizás llevase razón!>>
<< ¡A lo mejor no estaba tan loca!>>
<< ¡Es posible que lo supiera!>>
<< ¡Existe la posibilidad de que no fuese clara en lo que decía!>>
<< ¡Habría que pedirla cuentas!>>
<< ¡Habrá que ver cuanto se callaba!>>
<< ¡Ha sido por su culpa!>>
<< ¡CLARÍSIMO!>>
…Y la loca acabó en el fondo del volcán para apaciguar la furia de los dioses.

sábado, 14 de julio de 2012

Nanorrelato nº 212. Nueve

Siempre, de siempre, el darle un valor numérico a su vida había sido una preocupación, no angustiante, pero sí constante. Normalmente esa necesidad era más imperiosa cuando ocurría algo importante: en los giros, en las encrucijadas... Sólo quería el número, nada más, sin las unidades. No era cuestión de si eran mil unidades buenas o quinientas malas. No. El mil o el quinientos eran lo importante. Lo que significaba vendría después de obtener el valor. Y…, ocurrió. Nueve, ese era el valor real: nueve. Algunas eran más densas que otras. Las de los libros pesaban muchísimo más que las de los recuerdos, aunque debería ser al revés. Pero la vida siempre es real. Nueve, nueve cajas fueron las que el transportista le dejó en el hall de su nueva morada. Nueve cajas. Ese era el valor de su vida.

martes, 10 de julio de 2012

Nanorrelato nº 211. Blancanieves sin manzana

Cada vez se veía más feo. Cada vez el espejo no mágico (real) le devolvía una imagen con una dosis mayor de repugnancia. El mentón era alargado, la nariz aguileña y una verruga enorme hacía de punto gravitatorio de su cara. Cuando sonreía, a la desesperada, con el objeto de coger algo de carrerilla para iniciar la difícil mejoría, dicho gesto era eclipsado de inmediato por el color negro de sus dientes. Por lo visto…, la manzana era para ella (o él).

domingo, 8 de julio de 2012

Nanorrelato nº 210. Tenía

Tenía miedo, muchísimo. Era la primera vez. No era la primera que sentía miedo. No. Era la primera que lo tenía, que era suyo. Al igual que su admirada Frida Kahlo intentó ahogarlo…, pero también el suyo, como el de Frida, aprendió a nadar. <<Y..., ¿ahora?>> se preguntó. <<Nada. A esperar>> se contestó.

jueves, 5 de julio de 2012

Nanorrelato nº 209. La vasija embargada

Érase una vez un genio español. Digo esto porque su morada habitual no era una cobriza lámpara a la que bruñir para verle cara a cara, sino un botijo. Como todos los de su especie, lo que peor le sentaba era estar dentro de su casa encerrado, situación en la que mataba el tiempo deseando que algún ser humano bebiese por el pitorro pequeño y por el grande unos segundos determinados y, como en el caso de sus congéneres arábigos cuando eran frotadas sus lámparas, salir al encuentro de la persona afortunada para satisfacerle en sus deseos, para una vez cumplidos (como todo el mundo sabe), volver de nuevo a su oscura e incómoda morada.
Pero un día su aborrecido botijo se rompió, y fue libre. Al cabo de algún tiempo, la tristeza invadió su etéreo cuerpo dando paso a sensaciones que jamás había sentido pero que había observado infinidad de veces. Se dio cuenta de que al perder su casa ya no podía hacer de genio, ya no podía hacer feliz a ningún ser humano y, en una centésima de segundo, se arrepintió de tantos siglos de maldiciones a su botijo del alma: comprendió, por primera vez, la causa de la desesperación de esas personas cuando se encontraban al borde de perder “sus botijos”.