Érase una vez un insecto volador
que se encontraba psicológicamente muy mal. Estaba muy deprimido porque no
sabía qué hacer con casi todo en su vida. La globalización había llegado a la
colmena y por ello sus nuevos directores, que no querían insectos especiales como
él, le habían apartado de toda tarea. Un día volando sin ningún destino concreto
leyó en una hoja de periódico, que algún humano había utilizado para limpiarse
el culo, un anuncio que prometía “solución rápida psicológica ante los
problemas de la vida”. Fue volando esperanzadamente a la dirección que ponía,
que por suerte no había sido ocultada por materia orgánica. Entró por la
ventana sin mover muy rápido sus alas para evitar ser descubierto y se posó en
la nuca del terapeuta para así escuchar los consejos que en ese instante estaba
vertiendo sobre un paciente tumbado en un diván. ¡ZAS!
Un trocito de....
"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner
miércoles, 25 de febrero de 2015
domingo, 22 de febrero de 2015
Nanorrelato nº399. El síndrome de Blancanieves
Érase una vez una “mujer” que
tuvo la mala suerte de poseer un espejo que siempre le decía la verdad y, como
a la bruja del cuento, fuente de sufrimiento eterna era. En ella la desazón era
mucho peor, ya que en nada destacaba, por lo que la respuesta a cualquier
pregunta siempre era la misma: no. Pero la vida, que a veces se apiada de las
personas equivocadas, le dio un golpe de suerte y de ella nació una bella,
buena e inteligente hija, para que los triunfos de su primogénita paliaran
totalmente el dolor sufrido por sus constantes fracasos. Pero no, la fue
moldeando con engaños emponzoñados para
que fracasara en todo y de esa forma obtener su deseado “sí” << ¿Soy
mejor que mi hija? >>
viernes, 20 de febrero de 2015
Nanorrelato nº 388. El jardín y la primavera
Érase una vez un par de semillas
que volaron juntas arrastradas por el viento. Durante su arduo viaje, repleto
de peligros que fueron sorteando porque eran dos semillas muy tenaces, apareció
una gran amistad que, con el tiempo, se transformó en un tórrido romance para
evolucionar a un sólido amor ya que tuvieron la gran suerte de caer muy cerca y
así llevar a término todos esos planes maravillosos que imaginaron durante el
vuelo. Con el tiempo dos árboles magníficos salieron de ambas simientes cuyas
ramas, repletas de hojas, entrelazaban durante las primaveras. Pero…eran de dos
especies distintas y uno de ellos creció más que el otro, por lo que cuando
llegaba la nueva primavera el más alto tenía que agacharse para abrazar a su
amante. Y como la condición arbórea es parecida a la condición humana, se cansó
del esfuerzo y una primavera dejó de agacharse. La verdad es que era un árbol
altísimo y precioso; tan era así que el dueño del jardín lo arrancó y se lo
vendió a un señor muy rico que lo quería en su palacio. El árbol pequeño se
sintió muy mal cuando le vio partir, a pesar de que no le abrazase desde hacía
varias primaveras, ya que sentía la misma intensidad amorosa que cuando eran
muy felices juntos. Pero el otro no: se marchó altivo por estar llamado a
grandes empresas y olvidó por completo al diminuto compañero. Pasó mucho tiempo
y el más pequeño siguió en el jardín, que convertido en parque público, acumuló
corazones de adolescentes enamorados que le cosquilleaban el tronco y decenas
de nidos de ruidosos pajarillos y…olvidó a su antiguo compañero, rehaciendo su
vida con un simpático arbusto que desde que germinó se había fijado en él.
El otro está en un cementerio, solo, rodeado de amargados cipreses ya que su
importantísimo dueño, al morir, quiso que le acompañase en su eterno descanso.
FIN.
miércoles, 4 de febrero de 2015
Nanorrelato nº 287. Soy un artista
Érase una vez un músico que iba
todas las semanas al dentista. Tenía la boca perfecta. Llegaba con mucha
antelación, daba los buenos días a la persona que le recibía y se sentaba
pacientemente en la sala de espera como mirando hacia el infinito. El
odontólogo no le hacía prácticamente nada la mayoría de las veces y le
reiteraba que no era necesaria esa elevada frecuentación. Pero él no hacía caso
y continuaba con sus visitas. Un día, entró en la sala de espera con cara de
pocos amigos. La recepcionista, dada la extrema amabilidad de las decenas de
veces en las que se había personado, le preguntó extrañada que qué ocurría y
que si necesitaba que le pasase antes de la hora reservada. Él le preguntó, en
un tono muy grosero, que por qué habían cambiado la música que habitualmente
ponían, contestándole ella que había sustituido el viejo cd por otro más actual.
<<Pero es que en el anterior había una maravillosa melodía que compuse
yo. A eso venía, al único sitio del mundo donde todavía… ¡admiraban mi arte!>>
Dando un portazo marchó entre
aspavientos y nunca más le volvieron a ver por allí.
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