Un día, armado de valentía
nuestro protagonista, cogió lápiz y papel y se dispuso, sin más, a escribir una
poesía. Se sentó tranquilamente en un buen sitio, bien cómodo, y esperó. Al
cabo de un tiempo razonable observó, llevándose la mano a la frente en signo de
cansancio, que la cuartilla elegida para tan alto menester seguía blanca y
expedita (de cualquier obstáculo de grafito). Al cabo de otro segmento temporal
de la misma amplitud que el anterior, más o menos, volvió a llevarse la misma
mano hasta la frente en signo parecido. Nada había cambiado salvo su frente,
que ahora estaba totalmente perlada. Después de otro tiempo mucho más corto en
extensión que los dos anteriores, la cuartilla y la frente habían cambiado un
poco: dos lágrimas jugueteaban entre ellas buscando el camino más fácil para
salir del rectangulado universo, y él yacía muerto hacia atrás, con la frente
bien alta. Ése es (quizás) el precio real por tener la osadía de escribir una
poesía, de ver escrita la verdad.
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Acrílico sobre lienzo (91 x 66) |
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