Poco a poco,
casi sin darse cuenta, se fueron vaciando todos los acaramelados frascos de su
perfumería (interior). Los distintos ungüentos balsámicos, colonias finísimas tanto
de mujer como de caballero y esencias que evocaban vergeles orientales dignos de otra época, se
esfumaron de sus recipientes. En uno de los anaqueles cerebrales, muy cerca del
techo, quedaba un pequeño frasquito que contenía una fragancia exquisita. Nuestro
protagonista lo “miró” fijamente. Sabía que el concentrado era de una calidad suficientemente buena como para empezar de
nuevo “el negocio”, para volver a comenzar. Pero no: lo utilizó para perfumar
su nota de despedida.
Por desesperada que parezca la situación, siempre hay un reducto del que disponer para salir adelante, otra cosa es que se utilice, o se dé la batalla por perdida, que siempre es más cómodo.
ResponderEliminarGracias por compartir ese reinventarte una y otra vez en tus relatos.
Un abrazo, Pedro