El mar golpeaba
suavemente sus tobillos y duramente su corazón. El paseo, que supuestamente iba
a ser terapéutico, se convirtió en un vía
crucis irresistible. En cada paso, la sensación de caricia marina sobre su
piel contrastaba con el puñetazo que los recuerdos atizaban a su miocardio. De
pronto, el mar se retiró de golpe y una enorme ola surgió en el horizonte: un
tsunami. Cogió a un chiquillo en volandas, que andaba haciendo un castillo de
arena, y como si fuese un atleta cuyo corazón estuviese especialmente entrenado
para el ejercicio más extremo corrió y corrió evitando que la ola asesina los
alcanzase. << ¡De algo nos ha servido mi entrenamiento, chavalín!>>
Óleo sobre lienzo (65 x 43) |
Si, el mar es traicionero, no avisa, sólo nos deja sentir toda su fuerza y aspereza...
ResponderEliminarSaludos desde Caracas
Y de repente todo el dolor se convierte en heroísmo.
ResponderEliminarMe gustó el mensaje.
Pregunta, ¿cuando dices que le atizaban el miocardio quieres decir que le traspasaban el pericardio sin llegarle al endocardio? ;)
Un abrazo, Pedro.
Más o menos. A los recuerdos no le iban bien la válvulas!!! Atizaba en el músculo directamente jajajjaj. Un abrazo Humberto y gracias.
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