Todo el pueblo salió al unísono a la calle con la misma expresión de asombro. Durante largo rato, con las miradas y las manos medio extraviadas, se fueron preguntando (y tocando) unos a otros el porqué, aunque tengo que apuntar que nadie fue capaz de despejar dicha incógnita. Bueno…, la verdad es que TODOS sabían muy bien la causa, pero era tal la vergüenza que producía la desesperación que sentían, que ninguno se atrevía a decir nada, ni tan siquiera a uno mismo: la campana ya nunca más les hablaría. Que desgracia.
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Obra del pintor chileno Mauro Olivos |
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