Érase una vez una lagartija que,
enamorada del Sol, intentaba llamar su atención desde que salía hasta su ocaso
sin obtener respuesta. Día tras día, recién acicalada, bailaba y bailaba
intentando inútilmente que el lejano astro se fijara en ella. Por la noche,
leía novelas de amor y se imaginaba que aquellas escenas tan maravillosas le
ocurrían a ella, y esa ilusión era el motor para volver a intentarlo al día
siguiente. Pero un día, cansadísima de tanto fracaso, se quedó debajo de su
piedra, quieta, callada, sin gesticular…, y amaneció el día más nublado que
jamás se había visto. A la mañana siguiente, subió de nuevo a la piedra en la
que habitualmente hacía sus piruetas, pero esta vez se quedó quieta, sin llamar
la atención, siendo como realmente era ella, haciendo lo que le apetecía. Y el
Sol la abrazó con sus rayos anaranjados, para juntos ser felices siempre.
Me gusta. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Javier. Otro abrazo para ti
EliminarTodo el mundo tiene su corazoncito, hasta una lagartija, y necesita que le correspondan de alguna manera, aunque a algunos astros parece que les cuesta un poco, será por aquello de la altura.
ResponderEliminarNo hay tema que se te resista.
Un abrazo, Pedro
Así es, amigo mío. Un abrazo y gracias.
EliminarEn el amor es mejor no forzar las cosas: es inútil. Ya lo descubrió la lagartija en su final feliz.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ser natural....triunfo seguro. Otro abrazo para ti y muchas gracias
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