Sentado en el
borde de aquel acantilado de veinte kilómetros de profundidad, mientras las
bacterias del tamaño de un roedor terrestre le cosquilleaban la espalda, pensó
en lo absolutamente diferente que le pareció en su día este mundo respecto del
suyo, ya que una vez consumida la alegría por el viaje, una vez metabolizada la
ilusión que provoca lo desconocido, apareció…eso que creía que había dejado
para siempre allá, en las antípodas del universo conocido. Y se preguntó,
desesperado: en que lugar del cohete había viajado la tristeza, a modo de
polizón.
A Ray Bradbury
Muy bueno, Pedro, fiel al espíritu de Bradbury.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias, Ángel. Otro abrazo para ti.
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