El chirrido desgarrador del
somier la despertó injustamente, ya que lo primero que sintió fue el hedor de
la soledad. Sabía, más o menos, los días que llevaba postrada en aquella prototumba, numeral sin importancia en
medio del desmayo, de la somnolencia. El color negro de la orina contrastaba
con el blanco de la memoria: empezaba a dejar de recordar <<NO, no debo
morir, no me lo puedo permitir>> le gritó su abnegación en primera
persona, para hacer más fuerte el mensaje. Y… entre todos: lo consiguieron. Y
entregó en forma de plasma toda su
vida, todas sus creencias y dudas. Todo. Bien hecho. Como dice el famoso poema
de Whitman: ¡Oh, Capitán! ¡Mi
Capitán!
A la Hermana
Paciencia
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