No pudo ser. Ni todo el amor del mundo, ni todas las palabras esperanzadoras, ni tan siquiera la fuerza gravitatoria producida por los nueve preciosos años de su flor más querida, pudieron evitar que esas “putas células” dejaran de dividirse a su antojo. Y todo estalló en mil pedazos y, el pavor, la desesperación, el vacío más absoluto, ese que dicen que es científicamente imposible de conseguir, se adueñaron sin permiso de todo. Pero…un buen día, se levantó de un salto y cogió con todas sus fuerzas esa escoba con la que muchas veces habían barrido juntos. Y, a escobazo limpio los expulsó, y limpió su hogar. Y…ella sonrió. Y él la escuchó.
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