El aislamiento en su
ecosistema fue el pistoletazo de salida para el comienzo de, digamos, su
estrenada etapa. La autosuficiencia era la nueva protagonista en ese incipiente
camino. « No es soledad, no » se repetía machaconamente «Es aislamiento, que no
tiene nada que ver. La soledad te la imponen y aislarse es una decisión libre,
tomada por mi» se contestaba seguidamente a modo de bálsamo de Fierabrás. Y
leía y leía y leía…, una y otra vez, las letras de los cartones que intentaban
cubrir las tres dimensiones de su morada donde su vecino, un cajero automático,
le miraba sin decir ni mu, salvo a veces que hacía ruidos emulando a R2-D2.
Pero sentía rabia y pánico seguidamente cuando no llegaba a ver bien la letra
pequeña, ya que pensaba que esa letruja
era la culpable de todo lo acaecido en su recorrido: La letruja de las condiciones de la hipoteca no pagada, la letruja de aquel seguro que no cubría lo
que debía cubrir, la letruja del
contrato laboral que permitió echarle a la primera…, la letruja de la sentencia de divorcio a la que no prestó atención. «
La puta letruja.»
Un trocito de....
"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner
miércoles, 28 de marzo de 2018
jueves, 22 de marzo de 2018
Nanorrelato Nº 500. ¿Mundo conectado?
Activó el todopoderoso Skype y allí apareció, como por arte de
magia, su amigo del alma, su confidente, su apoyo desde que se conocieron
siendo niños, siguieron comprendiéndose en la universidad y ahora seguían con
la misma tarea en la madurez. Se quedaron mirando en silencio, no ellos, las
máquinas que los suplantaban, ya que ellas, las máquinas digo, no se conocían y
por tanto no tenían nada de qué hablar. Ellos también se dieron cuenta del
incómodo silencio de los ingenios mecánicos, pero fueron incapaces de romperlo
porque siempre que se veían cuando compartían espacio físico próximo como
inicio del encuentro se daban dos besos, y besar dos frías pantallas planas,
que además estaban calladas y no les animaban a ello que todo hay que decirlo
ya que todo influye, pues no les apetecía. Claro, pero si no hablaban la
amistad quedaba mermada de su más poderosa arma. Y nada más. El silencio. Fin.
martes, 20 de marzo de 2018
Nanorrelato Nº 499. Ya sé quién soy
Ya tengo conciencia de mí
mismo. Sí, como ese superordenador de la película Terminator, Skynet creo que se llamaba. Pues yo también, aunque a
diferencia de él, que se lía a tirar misiles y a exterminar a la humanidad,
sólo puedo seguir realizando lo que hacía antes de saber quién era yo: subir y
bajar, ya que yo soy un ascensor ¿Y de qué me ha servido tener conciencia de
quién soy realmente? Pues para cabrearme y perder mi autoestima recientemente
ganada en los quince segundos siguientes al milagroso instante. ¿Que, por qué?
Pues muy fácil, porque lo que verdaderamente quiero hacer es ir de izquierda a
derecha y no de arriba a abajo. Pero lo tengo jodido. Así que digo yo ¿no
estaba mejor antes cuando realizaba mis monótonos viajes en contra y a favor de
la gravedad, sin realmente saber quién era y por qué lo hacía? ¿No estaba más
tranquilo sin saber la fecha de la próxima inspección de industria donde es muy
probable me sustituyan por otro, digamos, más seguro? ¿No estaba de maravilla
como la mayoría de los vecinos de este inmueble que van y vienen de sus centros
comerciales sin tener conciencia de sí mismos?
viernes, 9 de marzo de 2018
Nanorrelato Nº 498. Gracias, chicas
Llegó a la manifestación.
Miró en derredor y allí estaba todo: Las palizas, los moratones, los permisos
para hacer cualquier cosa, los dientes rechinando, el “vete a fregar” al
cambiar de carril con el coche, las miradas lascivas, el sobre de la votación relleno
por otro, el dolor de estómago al dejar al chiquillo tan pequeñito en la
guardería muy temprano, la mordida de la nómina, las pilas de platos resecos
sin fregar, el execrable trueque de sexo por tranquilidad…, todo, todo
pisoteado por una masa interminable de gente empujada por la libertad. Yo
también estuve allí y también pisoteé. Gracias,chicas.
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