Volvieron a explosionar la inestable mezcla de sueños, sentimientos y verdades. Cómo si se tratara de una demolición controlada, saltó de nuevo por los aires otro trozo más de maltrecho encéfalo. Fue tan potente que no sólo le hizo tambalearse, que también, sino que le sacó de la cama para irlo a colocar de cuclillas en un rincón. Después de la onda expansiva vinieron la vergüenza y el silencio, y éste, a su vez, traía de la mano a la soledad. Se puso a enfriar los restos incandescentes de la detonación, los cuales, gracias a la culpa, se mantuvieron largo rato al rojo vivo.
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