Un trocito de....

"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner


domingo, 29 de abril de 2018

Nanorrelato Nº 504. #yositecreohermana


Volcó la noticia justo en el medio del salón de su casa, como si descargase un saco de cemento: «me he quedado sin trabajo, familia». En un instante pensó que lo peor ya había pasado, que era sin ninguna duda enfrentarse a sus seres queridos trayendo semejante desgracia. Pero como siempre en la vida, nos imaginamos las cosas de la forma más torticera, así que cogió aire de forma simbólica y en seguida volvió al mundo real dejando el pequeño planeta de las lamentaciones que había estado visitando, y empezó a tomar decisiones lo más productivas para parar la hemorragia: «dada mi edad creo que es mejor cobrar todo el paro de golpe e iniciar un pequeño negocio. Saldremos adelante» sentenció a su familia. La seguridad mostrada taponó de inmediato la herida. Al día siguiente, en la oficina de empleo, nada más sentarse en la mesa después de que su número apareciese en la pantalla, un funcionario les dio malas noticias: le habían negado lo que le correspondía, porque acababa de llegar un informe sobre el vídeo aportado por su ya exempresa que le hicieron cuando le comunicaron que iba a ser despedido después de treinta y cinco años de trabajo ininterrumpido y “en ninguna de las imágenes se percibía en su expresión atisbo alguno de rechazo, disgusto, incomodidad, sufrimiento, desconcierto, miedo, o cualquier otro sentimiento similar. La expresión de su rostro es en todo momento relajada y distendida. Tampoco aprecio en ello esa ausencia y embotamiento de sus facultades superiores…”, leyó textualmente el funcionario.

jueves, 19 de abril de 2018

Nanorrelato Nº 503. Albertito

«Te tienes que casar, Albertito», le arrojó un vecino al cruzarse en el marmóreo portal. Era una frase, un consejo que llevaba oyéndolo casi a diario, desde siempre, desde que debería haberlo hecho, y con mayor intensidad desde la muerte de su madre. Él siempre contestaba, y contestó, con el mismo «ya, ya, claro que sí» que se había convertido en un movimiento reflejo como si le golpearan la rodilla con un martillito. A veces, el consejo iba seguido de «búscate una mujer buena», que apuntalaba y dirigía de forma más precisa la primigenia recomendación. Curiosamente había un sector que, como si quisiera llevar la contraria al resto, le jaleaba con un «sigue así, Albertito, tú sí que sabes». A esta última felicitación sólo correspondía con una sonrisa, la verdad que tan mecánica como la anterior respuesta. Pero a solas, en su pulcra y mimadísima casa, en cuanto cerraba la puerta se convertía en Alberto y declamaba en voz alta: «Ni me llamo Albertito, ni me gustan las mujeres, ni me gustáis vosotros, hijos de mala madre».

domingo, 1 de abril de 2018

Nanorrelato Nº 502. La cigarra y la hormiga


Y la hormiga, harta ya de las monsergas de la cigarra, soltó el grano de cebada que llevaba como podía y se le encaró: ¿Quieres dejarme en paz hacer mi trabajo? Ya, ya sé que es repetitivo, que es un coñazo. Ya, pero es lo que me gusta y, sobre todo, sobre todo, lo hago de maravilla. Y no como tú, que estás todo el día metiéndote conmigo, que si hago esto o aquello, que mejor me tumbaba a la bartola tocando ese laúd como haces tú. Y ese es el problema: eres una artista nefasta. Jamás sacarías un aplauso de nadie. Pero nunca te has atrevido a enfrentarte a ti misma, y por eso esperas cobardemente a que llegue el invierno para que te arrebate …, esa vida que tanto odias. Y de verdad que siento decirte esto, pero deberías haberte informado en Wikipedia o en alguna vieja enciclopedia sobre mi especie, ya que las hormigas siempre decimos la verdad, sea cual sea, duela o calme.