¡NO QUIERO!, gritó a la
vez que se levantaba haciendo un ruido muy desagradable por lo rápido del
movimiento que hizo que la silla del salón de actos se recogiera violentamente.
¡No quiero salir de eso que usted llama “mi zona de confort”! ¡NO!, apuntilló.
Me va a perdonar,
contestó el ponente, pero parece que no me ha entendido bien lo que realmente
he querido transmitirle, le dijo con un tono muy agradable.
Sí, sí que le he
entendido perfectamente. Repito: No quiero salir de mi zona de confort. No
quiero aprender nada nuevo…, porque no hay nada nuevo. Esto es una trampa y yo
tengo ya una edad para…, es más, después de llevar trabajando tantísimos años,
me merezco ir aterrizando tranquilamente para encajar con dignidad mi vejez y
mi final. Yo no he inventado este mundo, solo aparecí en él, así que es tan mío
como de todos, por lo que también tengo derecho a luchar justo por todo lo
contrario a lo que usted acaba de relatar. No creo que sea insalvable lo que
acabo de comunicarle, caballero. No quiero, no tengo fuerzas para volver a
iniciar un nuevo trabajo. No.