Pues
efectivamente: salimos mejores. Los detractores de la vacunación ganaron más y
más adeptos, ya que ser “antivacunas” se convirtió en un ideal, en un
sentimiento, y ya se sabe que contra eso la ciencia no tiene nada que hacer, y
si no que se lo pregunten a Galileo. La gente empezó a no utilizar
preservativos en sus relaciones de riesgo, porque el virus HIV realmente era un
chip, no tan moderno como el chip llamado COVID-19, pero un chip al fin y al
cabo. Se puso de moda tener en todos los sitios charcos de agua estancada para que
el maravilloso mosquito Anopheles criara a su familia sin estrés…; huelga
explicar lo que ocurrió. Además, para más inri, no había médicos en los
hospitales, ya que todos se fueron a La Palma a estudiar el efecto de los gases
del volcán, y los médicos de La Palma se volvieron a Madrid, pero no a
trabajar sino a tomar cañas, que “donde
fueres haz lo que vieres, miniño”,
decían y con razón. Hasta que sólo quedó un ser humano, que se despertó de un
coma y al ver a todo el mundo muerto pues le entró la duda, razonable, de no
quitarse nunca la mascarilla en lo que le quedase de tiempo consciente. FIN