Érase una vez un
señor que decidió, con sólo la mitad exacta conservada de sus facultades
mentales, dos cosas importantísimas a la vez: dejar de fumar y quitarse la vida.
<<Perdone señorita, para mí es muy importante que me reciba ese día el
médico de tabaquismo. Necesito empezar a dejar de fumar ese día exacto. ¡Tiene
que ser ese día! Por favor, hágame caso>> Un hueco repentino en la agenda
del neumólogo hizo posible su deseo. Con lo que, después de la consulta, fue a
la farmacia a por las medicinas que acababan de recetarle para que le quitasen
un poco la ansiedad en su duro proceso. Se tomó su pastilla y… así se encerró
en su coche después de conectar el tubo de escape con el habitáculo mediante la
manguera que acababa de comprar en la ferretería que (cómodamente) estaba al
lado de la farmacia ¡Siempre le había sorprendido esa forma de suicidarse “a la
americana”! <<Por fin he conseguido algo importante en mi vida. No todo
han sido fracasos>>, fue su último pensamiento…y muy feliz, de hecho.
FIN.
Un trocito de....
"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner
lunes, 30 de noviembre de 2015
jueves, 26 de noviembre de 2015
Nanorrelato nº 426. Roy
Roy Batty, el
replicante de Blade Runner, no murió
en el tejado bajo la lluvia. Falso. Sólo se le escapó la paloma, como todo el
mundo ha visto. ¿Pero morir?, no. Voy a contaros lo que ocurrió de verdad: Una
vez que Rick Deckard abandonó la azotea para irse con la otra replicante por
motivos humanos más que evidentes, nuestro rubio amigo tuvo que tragarse su
famoso alegato final, que como todos sabéis comienza con “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…” y termina con “…es hora de morir”. Pues no, no murió, y
como digo se tragó sus brillantes palabras y acabó en un trabajo de mierda que
apenas le daba para pagarse el terapeuta. Allí, en la consulta, a pesar de los
esfuerzos del profesional que tenía en frente, no consiguió superar la
sensación de fracaso de haber visto rayos C centellear en la oscuridad y de
haber estado muy cerca de la puerta de Tannhäuser, con aguantar ahora a un jefe
mediocre e hijoputa durante doce horas por un miserable sueldo, además de que
su amada compañera ya no estaba y la soledad del apartamento también influye. En
resumen, lo que ocurrió al cabo de un tiempo, como sumatorio de su soledad y
sensación de fracaso, es que reaprovechó su alegato anterior y lo redujo a “Es hora de morir…en vida”, y agarró una
depresión enorme que le llevó a acabar sus días sentado en un sillón sin
moverse prácticamente con la baba colgando. En el último instante, antes de
apagarse definitivamente su cuasiperfecto material genético, se dio cuenta de
que era más humano de lo que pensaba, y una pequeña sonrisa se dibujó en sus
labios…de replicante. Este último pensamiento hizo que muriese tranquilo, eso
sí. ¡No todo va a ser negativo! FIN.
martes, 10 de noviembre de 2015
Nanorrelato nº 424.El destino
El plateado
cohete iba a toda mecha. Sabía servir bien a su piloto, y para ello surcaba el
infinito espacio con la misma prisa que él. Ni una sola mirada atrás, ni tan
siquiera para contemplar la belleza del sistema solar desde esa distancia.
Nada. Aquello era el pasado. Lo que venga será el presente…el presente eterno,
que es, sin duda, el mejor futuro. Según iban pasando los años luz, la prisa empezó
a amainar. Un bostezo de descanso absorbió de golpe todo el aire de la cabina.
Ya no hacía falta ir tan rápido, por lo que puso la turbina al ralentí. Sintió
la necesidad de deleitarse con el paisaje y miró por la ventanilla, pero sólo
había oscuridad: estaban en medio de la nada; habían salido pero no llegado.
Aceleró bruscamente y el motor se partió en dos. Se hizo el silencio. El
ordenador le comunicó que ya no había fuerza motriz para llegar al “destino”, y
que nunca hay que bajar la guardia ante la desesperación. FIN.
A Ray Bradbury
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