Un día, concretamente una mañana radiante, sus pies que antaño habían sido capaces de recorrer enormes distancias, de llevarle raudo y veloz a donde le necesitaban, de subir y bajar por la vida sin el menor resuello, aparecieron recubiertos de una gruesa capa del más puro plomo. Inmediatamente y como lógica respuesta ante el pánico surgido, fue a visitar a un metalúrgico para que le diese de inmediato una solución.
— Imposible.
— ¿Imposible? ¿así de categórico? ¿pero…, no es usted un experto en metales?
— Sí: por eso mismo, no puedo hacer nada por usted.
— Pero… ¿no puede fundir el plomo?
— ¿Qué plomo? Sus pies no tienen ni un solo átomo del metal que menciona. Están recubiertos de ‘un antes y un después’
— Ummm…¿un punto de no retorno?
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