Recorrió, desde primera hora de la mañana, arriba y abajo, el laberinto. Lo atravesó tantísimas veces…, que pasó a ser familiar, y a perder, por tanto, las principales características de un dédalo: sorpresa y esperanza. Se convirtió, así, en un camino habitual. Ya no había recovecos ilusionantes, ni esquinas sorpresivas, ni pasillos esperanzadores. Y… nada cambió, claro, ya que no encontró lo que buscaba: ese maldito punto de no retorno.
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