Un trocito de....

"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner


jueves, 9 de julio de 2020

Nanorrelato Nº 613. Coronavirus y soledad


Hablamos del último, del último virus de la clase Covid-19. Sabía el mal que había hecho…, quizá la soledad le hizo reflexionar sobre sus acciones pasadas, como en general ocurre en los humanos, aunque él era un virus, pero eso sí: un virus humano. La última persona que atacó, y que sobrevivió, le dejó bastante perplejo; tanto que le cambió la vida. En sueños, cuando la fiebre del humano subía desesperadamente ante las oleadas de virus replicándose a todo trapo, le oyó susurrar en medio del delirio que sus dos victorias más difíciles de conseguir habían sido: dejar de fumar y ponerse ortodoncia a los 53 años. Le pareció absolutamente maravillosa esa reflexión de un ser a punto de morir, y por eso, como responsable del ataque, ordenó retirada por unas horas, con lo que ese tiempo fue oro para el sistema inmunológico del exfumador de dientes colocados, y eso acabó con todo su ejército, menos con él, que justo antes de tragárselo un fornido T-Killer, le reconoció y le dijo con voz de Terminator: lárgate, yo no mato seres buenos, va en contra de mi código genético. Ahora, nuestro protagonista, vive en el mecanismo de un aparato de aire acondicionado, muy tranquilo, intentando olvidar las cosas malas que hizo, como cualquiera que está solo.

domingo, 5 de julio de 2020

Nanorrelato Nº 612. Coronavirus y tele-todo.


La nueva situación, tras la pandemia, fue poco a poco asentándose. El teletrabajo, como punta de lanza de esa nueva normalidad, mirado con recelo hasta hacía poco tiempo, fue extendiéndose por todo el mundo laboral. Pero el prefijo griego tele, no sólo se quedó ahí, sino que se unió en matrimonio con otros vocablos que también querían ser muy modernos. Así que al poco se casó con sexo, porque para qué complicarse la vida con flirteos que se podían volver contra uno, con embarazos no deseados o incómodas infecciones, por lo que todo el mundo llevaba la aplicación tele-sexo instalada en el móvil, y se aceptó su uso sin necesidad de dar ningún tipo de explicaciones a nadie, que cabrearse porque le pusieran a uno los cuernos era de la “vieja normalidad”, la cual se quería dejar atrás a marchas forzadas. El amor, fácil objetivo del prefijo, se dividió en tele-ligue, tele-relación y tele-parasiempre, con lo que los hijos y las hijas jamás dejaban la casa de sus padres, porque ¿para qué?, con tener una buena conexión a internet… ¡Qué necesidad!, ante, eso sí, las muecas escondidas de sus progenitores tras la quirúrgica mascarilla, que asimilaban con dificultad estos nuevos tiempos. Claro, también había separaciones, que eran regidas por tele-divorcio, donde se dejaba claro qué y cuantas gigas debían de pasarse al mes para sustento de los hijos, pero que no hacía falta que uno de los ya ex cónyuges se fuese de casa, no, seguían viviendo en el mismo sitio, pero cada uno con su ordenador. Los mendigos se conectaban a las wifis, que la gente piadosa desactivaba la clave por unos minutos, y vagaban por la ciudad con su aplicativo tele-limosna. Hasta los asuntos más complejos como la violencia de tele-género eran gestionadas perfectamente, ya que los jueces eran implacables instalando firewalls para el alejamiento digital sobre la víctima, cuando se daba tal circunstancia.