Se cayó con tanta facilidad que parecía mentira lo que le había costado incorporarse. El lobo rabioso que llevaba dentro y que sabía que ésta era su última pelea, le mordió en las piernas haciéndole perder el equilibrio tan deseado. Él conocía a la perfección quién le había dado semejante dentellada, y que la única forma rápida de curación era “esa”, esa que no se puede ni nombrar, esa que llega un poco antes del vacío, esa que aconsejaba el lobo después de desgarrar la carne. Pero no, no se aplicó el fármaco prescrito por el animal. No. Se levantó apoyándose en esa luz, ese haz que al igual que las estrellas que se ven en el firmamento y que ya no existen, pero su poder curativo permanece: Aunque ya no estén.
Dibujo realizado por el pintor Jesús Oliván
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