Jamás le gustó conducir. De hecho, desde el momento que recorrió los primeros kilómetros, algo terrorífico se instaló dentro de él. Era una sensación extraña, turbia, de esas que la cabeza, de entrada, nos previene que no hay que hacerle mucho caso, pero que ¡cuidado! Vamos, como la mayoría de los pensamientos irracionales. Un día, también conduciendo, pasó por una curva. Un resorte mental se activó y todas aquellas sensaciones sin sentido de antaño, encajaron a la perfección. Sí, la curva. Esa curva.
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