Cuando se presentó ante el juez, que le miraba por encima de sus
gafitas comiéndose un yogurt, después de decenas de cartas en papel
reciclado citándole una y otra vez, obviándolas todas por las excusas más
peregrinas que a una persona desesperada se le pueden ocurrir siempre teniendo
como imagen a su progenie debajo de un puente, un “hasta aquí he llegado” se le
deslizó en forma de goterón de sudor por la columna vertebral.
«Y dice usted que pidió este dinero para pagar los intereses exorbitados
que su banco le aplicó injustamente.»
«Sí…sí señor»
«Y cuando lo hizo, ¿tomaba usted probióticos?»
«Eh…no sé ni lo que es eso, así que supongo que conscientemente no»
«No se puede tomar una decisión así con un desequilibrio
intestinal que nos nuble la razón, dada la importancia que tienen los miles de
millones de bacterias que pueblan nuestro intestino y que tanto dirigen
nuestras acciones cerebrales. ¡Queda exonerado! No estaba usted en sus cabales»