En medio de la inmensidad
no me atrevía casi a moverme, no sea que perdiese el agarre a la tabla. Como si
fuese un náufrago en el centro del océano, asido a mi cama, en algún cuadrante
de aquel inmenso hospital creado para mí y los que se “parecían “a mí, esperaba
alguna señal entre tiritona y tiritona, algún barco mercante despistado que me
echara un flotador blanco y rojo con el nombre escrito en él. Me puse nervioso
ya que me vino a la mente, seguro que fruto de la calentura, la escena del Carpathia llegando tarde al naufragio del
Titanic. Pero en seguida llegó
alguien, sin el rostro reconocible, con una mascarilla verde dentífrico y unas
manos azules, como las de Shrek y …todo
se me pasó. El miedo desapareció al oír las palabras tranquilizadoras ………..
<< ¡Jo, abuelo, cuéntalo
bien que no te entiendo!>>
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