La nueva época se fue
colocando poco a poco. Todo el mundo asumió que los cambios eran necesarios
para alcanzar lo que se denominó como “nueva normalidad”. Los libros de papel
fueron arrinconados por ser posibles vectores de expansión del COVID-19. Nadie
se acercaba jamás a uno de ellos, por el pavor de contagiarse…, parecía lógico;
aunque no se destruyeron para que su visión, allí amontonados en las esquinas
de las principales calles, recordara a todo el mundo que el peligro seguía
vivo. Sus homólogos digitales fueron borrados de todas las bases de datos para
evitar que ningún terrorista los imprimiese y comenzara otra terrible pandemia.
Todos los centros de conocimiento científico fueron desapareciendo, ya que poco
a poco la sociedad dejó de consultarlos; cualquier tema médico, ingenieril, o
de la índole que fuese era solventado por los call-center de los distintos
partidos políticos, que al no referirse jamás en sus respuestas a ningún libro
hizo aumentar enormemente su credibilidad. Al final, todos los partidos también
se fusionaron en uno solo. La simplicidad era de obligado cumplimiento… en la
nueva normalidad.
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