Ya tenía una edad, una
edad suficiente, quiero decir, como para cosechar alguno de los sueños que
habían permanecido dentro de su bóveda craneal, o eso pensaba él. Por lo menos,
alguno. Pero parecía que la deseada solidificación de alguno de ellos, o vaporización
de otros, no llegaba, y los sueños seguían en ese estado intermedio muy
parecido a la mermelada, por no poner otro elemento de parecida consistencia y
extremadamente desagradable, sobre todo para la autoestima, cuando se nombra.
Pero ungido por la casualidad más rara que se pueda encontrar, algo así como
aquello que contaba el humorista de alguien que se cae en un pajar y se clava
la aguja, se le apareció un genio, en sueños claro. De inmediato, nuestro
protagonista le pidió un deseo, no sea que se fuera a despertar y vuelta a
empezar. Pero la petición, dado el nerviosismo del momento, no fue concreta,
sino generalizada. Y cuando despertó apareció convertido, igual que le ocurrió
al protagonista del genial libro de Kafka, no en un insecto horripilante, sino
en el jorobado de la historia de la batalla de las Termópilas. ¡Me pediste ser muy importante, crucial, que
tu existencia fuera un antes y un después en el destino, y ahí lo tienes, ya
eres aquel jorobado que traicionó al rey Leónidas y gracias a eso perdió la
batalla …de su vida! Ya eres parte
inmortal de la historia de la humanidad. ¿No era eso lo que pedías?¡ De qué te
quejas, si te lo he concedido…,todo!
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