El chiquillo lanzó la
flecha con todas sus fuerzas y su mejor puntería. Blanco. Su abuelo cayó al
suelo inmediatamente, ya que la saeta le dio en pleno ojo derecho. Las personas
se repartieron en dos: los que fueron a socorrer al abuelo y los que regañaron al
niño. ¡Vaya fatalidad! Con ese ojo tan
hinchado no le podemos dejar en la residencia. Al poco, cuando nadie
estaba pendiente, el abuelo guiñó el ojo bueno al nieto que le correspondió con
el dedo pulgar hacia arriba mientras iba sonriente camino de cumplir el castigo
impuesto a su habitación.
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