Su
oponente la miraba fijamente mientras vomitaba frases intentando destruir sus
argumentos con axiomas ideológicos totalmente falsos: lo que se escondía detrás
de ese léxico fácil era dinero, mucho dinero. Muchísimo. Nada de ideología ni
cosa que se le parezca. Ella lo sabía, llevaba mucho tiempo en estas lides y no
se dejaba seducir por una “manzana”, por muy buen aspecto que tuviese…la
serpiente. Sus compañeros, sentados al lado en la enorme mesa de reuniones
cuyos brillos parecían ajenos a lo que allí se estaba diciendo, la apoyaban con
minimalistas movimientos de cabeza, que lo que expresaban realmente era: a ver
si te estrellas y te cesan…lista. Ella también lo sabía, traducía
magníficamente en varios idiomas, idiomas amigos y enemigos, lo que se llama
bilingüe vamos. Y mientras aguantaba el embate de unos y los puñales de otros
interpretando su papel como si estuviese estudiando al mismísimo Beltor Brecht,
a punto de desplomarse sonó un wasab:
“Ya no me quieres. Es evidente.
Llevas tres horas sin decirme nada. Esto es el final. This is the end, como
cantaban los Doors”
Después
de sonreír casi imperceptiblemente, sacó fuerzas de donde no había e hizo una
exposición que desconcertó a todos, a un lado y a otro; cuando salía de la sala
dijo en bajito: gracias, marido pesadilla ¡Qué haría yo sin ti!
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