Cuando ya era muy mayor, un
enigma se le presentó a destiempo…, o no. Sentado frente al televisor de la
residencia sin escuchar nada no porque no se oyese el aparato, sino por falta
de interés que es la situación que más aísla a una persona para poder hablar
consigo misma, intentaba recordar muchas cosas que en teoría había vivido. Digo
en teoría porque hasta él mismo dudaba de si eran recuerdos ciertos o eran
implantes, que hasta dudaba de si pudiera ser un replicante como en aquella
vieja película, “Blade Runner”. Era capaz de recordar muchas cosas, pero la
cara de las mujeres que había amado, no. No entendía muy bien el porqué, y el
nerviosismo afloraba a sus manos, que hasta le echaban unas gotas amargas en un
vasito cuando ocurría esto; y no quería esa cosa,
ya que se le caía la baba y eso le parecía una pérdida de dignidad. Vaya mierda
de vejez, que soy capaz de recordar el tono exacto del verde de las judías que
comí ayer y la cara de mis amantes no, y así me es imposible decirles…, lo que
en su día no pude, pensaba nuestro anciano pintor.
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