Primero fue el trabajo con los niños complementado con el de fuera. Después sólo quedó el de fuera. Al cabo de los años, volvieron de nuevo los chiquillos. Su espalda, al igual que sus piernas y brazos, se resentía, pero nunca lo consideró algo pernicioso, sino propio de su vida. También sus ojos fueron perdiendo agudeza, pero seguía siendo parte del lógico desgaste evolutivo. A lo que nunca se acostumbró, lo que realmente nunca aceptó, lo que nunca jamás consideró parte de su existencia, fue cuando la última mariposa salió de su estómago para dejarlo yermo. Todo perdió sentido, su sentido, el sentido y quizás, digo quizás, por ello fueron pasando los años lenta, muy lentamente.
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