Sintió la traición. Apareció como ella lo suele hacer, de golpe, con el sabor de un borbotón de sangre putrefacta. Era la primera vez. La más fácil, por cierto. No entendía nada, ya que nada hay que entender, aunque la necesidad de comprensión es imperiosa ante su manifestación. El que la provocó, tampoco entendía nada, y tenía el mismo sabor repugnante en su garganta. Así es la traición, sin sentido y purulenta.
Obra del pintor Andrés Calderón Sánchez
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