Cuando la inmaculada bata blanca le expresó lo de su enfermedad, lo de su final próximo y seguro, no sintió nada. Ni frío, ni calor, ni desesperación, ni tan siquiera se acordó de nadie querido… ni nada de nada. Una vez terminado el mensaje, hizo una pelotita con el papelito rosado de su macabro análisis, la cual guardó rápidamente en su chaqueta, y se levantó y se marchó. Según andaba hacia la salida del hospital pensó que de todos los puntos de vista, de todas las formas en las que se había imaginado a la muerte, su muerte, ese jamás había aparecido: Nunca supuso que la muerte fuera tan educada <<Qué buenos modales tenía la doctora>>
Obra del pintor Andrés Calderón Sánchez
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