En el instante siguiente al manotazo surgió en él una idea, bueno más que una idea era una reflexión, mejor dicho, una pregunta insignificante sobre algo insignificante: ¿Por qué lo he hecho? Sí, esa fue la cuestión generada justo después de matar la mosca. Al principio no le hizo el menor caso a dicho pensamiento, pero conforme fue pasando el tiempo, el hecho fue tomando cuerpo y cuerpo y más cuerpo, hasta convertirse en una obsesión. Después de muchos años, la interrogación seguía activa incluso en el mismísimo instante en el que el juez le comunicaba el veredicto por los crímenes cometidos.
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