Cuando terminó, de un golpe seco, el último latido de felicidad, el corazón adquirió un ritmo constante, monótono, periódico, sin sobresaltos. La sensación fue extraña aunque no desagradable, cómo de “todo ordenado”. Lo que sí que ocurrió de forma rapidísima, casi inmediata, fue un salto en el tiempo, y al instante siguiente a la terminación de la última palpitación dichosa, fue la aparición de un ser viejo y enjuto donde apenas unos segundos antes había hermosura y juventud. De tal hecho quedó constancia en el espejo del baño, por si algún incrédulo necesitase hacer una consulta.
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