En
el final de toda batalla hay un perdedor y un vencedor, que nada tiene que ver
con lo bueno o lo malo y muchísimo menos con lo justo e injusto. Las batallas
son así, se comportan como si fuesen pequeños universos que siguen sus propias
leyes físicas. Os explico esto, queridos alumnos, porque eso es lo que ocurrió
en un planeta muy lejano, objeto de la clase de hoy. La lucha a la que me
refiero se dio entre el poder económico y la ciencia. Y ganó el primero. Y con
la rapidez que se dan siempre los vencedores de cualquier liza, empezaron a
distribuir su verdad. La primera fue la total modificación de todos los libros
de medicina, porque ya sabéis que no hay mejor campo de batalla que la sanidad.
Se modificaron los parámetros fisiopatológicos que llevaban siglos demostrando
su valía para alargar la vida de aquellos seres. Quedan algunas páginas de
algunos compendios médicos, concretamente de cardiología, donde el hallazgo de un
infarto de miocardio no dependía de lo que reflejase el electrocardiograma o
los datos analíticos. No: el diagnóstico dependía de lo que comunicara su jefe
laboral, de si podía faltar al trabajo o no. Ese era el parámetro decisorio. Suponemos
que ese libro sería de obligado estudio para todos los médicos de aquel planeta.
Y así ocurrió con todos los textos, creemos. Pero uno de ellos, que no se ha
encontrado, pensamos que explicaría su extinción: el libro de salud pública,
que como sabéis define cómo actuar ante una pandemia. Esa es, según todos los
arqueólogos, la causa definitiva de la total aniquilación de aquel mundo. Lo
más curioso de todo es que ese valor tan importante que llamaban dinero y que
estaba representado por ceros y unos, según algunos restos arqueológicos, no se
ha hallado ninguna prueba de su existencia. Es un misterio que algo considerado
tan importante, como para jugárselo todo, no quede nada de nada. Como digo,
solo hay de aquella maravillosa civilización, esqueletos y algún libro
petrificado.
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