Al
final, la presión mediática, política, y por supuesto monetaria, fue sosegada
incluyendo el número de muertos producidos en las epidemias como un valor en bolsa. Fue aceptado el devenir, que subiera y bajara como
cualquiera de las otras acciones, aunque ese nuevo valor creado era repartido
entre las grandes compañías que cotizaban en todos los mercados mundiales, de
esta forma la responsabilidad no era de nadie, sino de todos, así era imposible
que nadie cargase con ningún tipo de culpa, y en este sentido la ciencia
siempre dice la verdad, tanto que se la nombra, porque ya se sabe por la
química que cuanto más alta es la dilución, menos concentración hay de soluto y
menos rasca en la conciencia, claro está. Y el planeta azul (bueno, no tan
azul) siguió dando vueltas, un poco más ignominioso si cabe, porque después de
haber gaseado a millones de personas, haber dejado morirse de hambre a ni se
sabe el número de chiquillos, mirar para otro lado ante la prostitución de
niñas y yo que sé cuántas barbaridades más…., y aceptando el destino como madre
de todas las ciencias: cada ser humano ocupó su sitio, ganador o perdedor, ya
decidido desde el mismísimo momento de la concepción. Como siempre, vamos.
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