Volvió a mirar a su hijo tratando de encontrar alguna puerta abierta de su adolescente rabieta por la que entrar. Él siguió en sus trece, de cara a la pared, intentando conseguir la desconexión total con el mundo que le rodeaba. Hizo un ademán fruto del cansancio y, como si fuera una gatera, se coló hasta dentro.
— Bueno ¿vas a seguir así mucho tiempo?
— El que sea necesario mamá.
— ¿Necesario? ¿Para qué?
— Para que el gris que dices se convierta en blanco.
— Pues entonces, échale más blanco.
— Pero…así, siempre será gris.
— Ay cielo, que pronto te has hecho mayor.
— ¿Pronto?
— Sí, en estos últimos cinco minutos ¡Aprobado!
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