— No leas jamás este relato — le dijo imperativamente su Ángel de la Guarda.
— ¿Por?
— ¿Cómo que por?
— Sí, que ¿por qué?
— Pues ¿por qué va a ser? Por el final.
— ¿Tan malo es?
— Hombre, si tu Ángel de la Guarda te dice que no lo leas…
— Ya.
— De todas maneras es acojonante.
— ¿El qué?
— Que tengas dudas me parece sano, pero que las sigas manteniendo viéndome a mí, pues hombre, me parece un poco exagerado.
— Es que…siempre he sido así.
— Ya, ya. Por eso me he aparecido y te estoy hablando aquí, cara a cara. No te creas que lo hago habitualmente.
— ¿No?
— No. Sólo con los digamos… extremadamente convencidos de sus dudas.
— Pues el nombre no parece muy dañino:”Un día perfecto para el pez plátano” de J.D. Salinger.
— Que no te fíes. ¿Me vas a hacer caso? ¿Te voy a tener que volver a enseñar las alas?
— No, no. Vale. Te creo.
— Pues nada, lo dicho.
— Hasta…cuando quieras, supongo.
— ¿Yo? espero, que no sea un hasta luego. Adiós.
……………………………..
— ¡Estas nubes blanquísimas! ¡Música clásica de la que no aburre! Después de un túnel…que raro es todo esto. Pero… ¡de qué me estoy extrañando!
— Te lo dije. No lo leas.
A J.D. Salinger (1 de enero de 1919-27 de enero de 2010)
A mí ese cuento tan famoso nunca acabó de gustarme mucho... al contrario que el título de esta entrada, que me ha fascinado
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