Volvió a abrir las mismas cajitas. Volvió a sacar las mismas pastillitas de colores y, las volvió a dejar en el mismo recipiente para, de nuevo, formar la misma reunión farmacológica. Pero esta vez jugó con ellas, las hizo correr con el dedo una detrás de otra, simulando un tiovivo cada vez más veloz. Cayeron al suelo y, sin perder de vista ni un solo centímetro de sus trayectorias, rebotaron formando una pequeña galaxia multicolor que la hizo sonreír por un instante. Hasta que la realidad las paró en seco, que es como detiene la realidad. Ella las hubiera tenido flotando un ratito, disfrutando de sus ovalados volúmenes. Pero la realidad es sordomuda, y no escucha ni contesta a ninguna petición. Y… volvió el dolor, el rechazo, la marginación y la soledad. Volvió a hacerse la misma pregunta, exactamente la misma que se hacía desde que día tras día abría las cajitas: ¿Cómo es posible que de un acto de amor haya surgido todo esto? Volvió.
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