Cuando se
terminó de verdad todo lo que tenía ahorrado no se desesperó. Curiosamente, lo
que le vino a la mente fue su cuento favorito, aquel que tantas y tantas veces
su madre le había leído hasta grabarlo en su mente a prueba de demencias. No
dejaba de resonar la frase «y soplaré y soplaré y tu casa derribaré». Se sentó
en el suelo.
—¿Qué haces,
papi?
—Esperando al
lobo, hija.
Relato del libro "El Velocirraptor y 53 relatos más"
Los lobos pueden adquirir muchas formas y no es necesario ir a su encuentro, ya vienen ellos solitos.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro
Sin duda. Otro abrazo para ti, profesor.
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