Se esforzó por ser
una buena mora. Sus pinchos, escogidos y afilados, daban dignidad a toda la
planta, que a ella le importaba “el todo”. Su color morado era espectacular,
sin igual. Incluso, con tiempo y mucho esfuerzo, llegó a conseguir la
excelencia de las moras: que su mancha, si se diese, jamás se quitaría con otra
verde. Pero no se dio. No. Nadie la recogió. A todas las personas que por
enfrente de su zarza pasaban, ninguna se interesaba por ella. Unos que si iban
a hacer mermelada y que claro, si la mezclaban con las otras de sabor más
normal, pues eso, que el bote no tendría un sabor continuo. Otros, que iban
comiendo según cogían, pues que para qué, si ya estaban acostumbrados al sabor
mediocre ¡No querían sorpresas! Preferían comer...lo de siempre. Y allí, sola
entre espinos, que también estaban enfadados con ella ya que nunca habían
pinchado a nadie, se pudrió nuestra
esforzada, honrada y muy preparada mora. Fin.
Los diferentes, a veces, parecen condenados al ostracismo.
ResponderEliminarMe alegra mucho haberte visto firmando tu libro en Sant Jordi.
Un abrazo, Pedro
Gracias a ti, amigo mío. Un abrazo
ResponderEliminar