Miró la radiografía del derecho y
del revés. La alejaba y acercaba con el objetivo de que esos cambios de distancia,
como hacía con el crucigrama del dominical para no confundir verticales con
horizontales, le diesen alguna pista. No veía nada reconocible o que tuviese
algún sentido, salvo una mancha, parecida a un borrón de esos que de chico
echaba en el cuaderno. Sonrió levemente al recordar cuando su maestro, don
Agapito, le repetía hasta la saciedad, adornada de coscorrones: «Cuidado con
los tachones, Marianito: te pueden costar muy caros». « ¡Qué razón llevaba!»,
dijo en voz alta dando otra vuelta a la radiografía.
Dicen que errar es humano, pero los tachones tienen algo que nunca gusta. Razón tenía aquel maestro.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro
Sin duda...gracias, amigo. Un abrazo.
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