Al salir por la puerta, cuando
todavía estaba próximo a ella mientras se abrochaba el abrigo mirando los
botones uno a uno por no mirar a ningún otro sitio, notó como el reproche
musitado al otro lado atravesaba la mirilla y se alojaba en su espalda cual
certera saeta. Sabía, porque no era tonto, que era el final, ¡y de los peores!
que son aquellos en los que no existe ni tan siquiera la leve anestesia de un
simple aspaviento. El tiempo que tardó en alcanzar el portal fue más que
suficiente para recordar toda la vida vivida.
Sí, toda.
Los finales, siempre difíciles.
ResponderEliminarUn abrazo, Pablo
Sin duda.....Un abrazo, Ángel.
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