Érase un hombre
honrado. Mucha gente importante desconfiaba de él. Bueno, no quiero exagerar:
desconfiaban muy pocos, la verdad, lo que pasa es que al resto le importaba una
mierda su cualidad, que es prácticamente lo mismo que desconfiar. Y no hay
mucho más que decir. Es triste, sí, pero me cuesta añadir algo más. Bueno, no
quiero ser un narrador omnisciente injusto y me voy a explayar un poco. Nuestro
protagonista era médico, y a pesar de todas las órdenes absurdas, incoherentes,
egoístas y que en el fondo nada tenían que ver con la curación de las personas,
él seguía siendo médico. Y, diciendo día tras día la frase mágica qué, como si
de la mismísima piedra filosofal se tratara, hacía resistir al Sistema
Sanitario para el cual trabajaba convirtiendo el plomo en oro: << Que pase el siguiente>> Fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario