<<Pero… ¿por qué?>>
se preguntaba ante la sacudida que le volvía a ‘regalar’ la vida. << ¡Otra
vez en el mismo carrillo!>> De nuevo, todo el proceso de encontrar una
razón a tantas bofetadas, inundó su cabeza. Volvía a comenzar la búsqueda con
el manido <<Pero si yo no soy mala persona >> Doy fe, como narrador,
que así era. Era una persona buena, muy buena y con unos valores de esos que
ahora se consideran ‘pasados de moda’. Lo que sí que era evidente, es que hasta
algunos (menos mal que no todos) de los seres a los que había ayudado, por
ejemplo, de una muerte existencial segura,
le habían devuelto semejante acción con un amargo mandoble (por no decir un
hostia tremenda). Hasta que… en su desesperación consultó a un adivino; sí, de
esos que piden la voluntad. <<Cómprese unas gafas de sol>> le
diagnosticó. Y así hizo. Y todo mejoró: disminuyeron drásticamente los
mamporros. ¿Por qué? Pues porque nadie podía verse reflejado en sus ojos como
realmente era, cualidad que suelen tener los órganos visuales de las buenas
personas. Por tanto, gracias a la oscura barrera cristalina, la ‘mala gente’
siguió engañándose, debido a que el espejo de la reina del cuento Blancanieves dejó de estar disponible.
Bueno, se las quitaba ante quien le daba la gana. Claro, ¡no van a ganar los
malos!
A veces es necesario un espejo para que nos veamos, quizá así pensaríamos más las cosas antes de hacerlas, que suele ser un criterio prudente.
ResponderEliminarUn relato a tu más puro estilo, que destila sabiduría, a partir de lo cotidiano.
Un abrazo, Pedro
¿He enviado mi comentario?
ResponderEliminarJoder, tercer intento. No se puede ser buena personas. Te decía eso, que si lo eres te llueven tortazos.
ResponderEliminarjajajaj. Te doy las gracias tres veces, pues. Y tres abrazos, Ximens.
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