Érase una vez un hombre que no
creía en lo que hacía, a pesar de salir todos los días en su barca a pescar. No
creía en su trabajo pero no era ningún sinvergüenza, así que madrugada tras
madrugada recorría con su minúscula barquita la distancia que él consideraba
prudencial y óptima para llevar a cabo su objetivo. Un buen día le adelantó una
barca mucho más pequeña que la suya, lo que le llamó mucho la atención. No sólo
le rebasó, sino que se adentró en el mar una distancia ‘enorme’ según sus
cálculos, realizados mentalmente y dados por buenos por su larga experiencia.
Se preocupó por el probable destino fatal de aquella embarcación, así que
decidió esperarla por si, a la vuelta, necesitaba cualquier tipo de ayuda. Al
cabo de unas horas, la barquita volvía a puerto y, al cruzarse con el honrado
pescador, éste entabló una conversación:
—
Con esa barca tan pequeña, amigo mío, no debería
adentrarse tanto en la mar.
—
Ya, pero las sirenas se encuentran mucho más lejos de
donde tira usted la red.
Cada cual busca en el mar lo que más necesita. Cuanto más lejos, más merece la pena.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro